El desafío de actuar en el cine: comparativa entre el tenis y otros deportes en la interpretación emocional

Cuando el tenis en el cine se va a cero, cero. Así es. Los mejores actores del mundo pueden fingir cualquier cosa: profesiones, acentos, artes marciales, monólogos de Shakespeare, orgasmos, enfermedades mentales, muertes y hasta resurrecciones. Pero no pueden simular un drive convincente, ni aunque su vida dependiera de eso. Creo que es el karma de todos los fanáticos del tenis, especialmente de quienes hemos jugado desde pequeños, de manera al menos semi-competitiva. Solo con ver a un actor con una raqueta, ya nos empiezan a doler los ojos. Una mala escena de tenis arruina por completo la experiencia cinematográfica o televisiva. La semana pasada, en el programa Otro Día Perdido de Mario Pergolini, Martín Bossi lo dijo: “Yo veo a alguien sacar la raqueta del bolso y ya sé cómo juega”. Se le tildó de agrandado, pero el cómico no faltaba a la verdad. Los que hemos jugado al tenis lo sabemos. Basta con ver a alguien agarrar la raqueta para entender su nivel como jugador. En el caso de los actores de Hollywood, es nulo.

Un primer ejemplo: Challengers. La película de Luca Guadagnino, protagonizada por Zendaya, Josh O’Connor y Mike Feist, narra un triángulo amoroso entre tres tenistas que brillan primero en el circuito junior y luego en el profesional. La película, hypeada enormemente, prometía ser una mezcla entre Euphoria y ESPN. Tanto hype me llevó a verla en el cine. La primera escena, después de los títulos, nos sumerge en un partido donde los dos protagonistas masculinos se enfrentan en un torneo challenger. Me bastó ver a uno de ellos picar la pelota antes de sacar para que me empezaran a sangrar los ojos; no pude ver el resto de la película sin prejuicio. En tres minutos, ya sabía que la odiaría. Para colmo, la película tiene mucho, muchísimo, tenis.

Zendaya, a quien he creído ser adicta a las drogas, acróbata de circo y guerrera en el desierto, muestra sus habilidades tenísticas por primera vez en el rol de entrenadora, lanzándole pelotas a su novio. ¡Mamita querida! No convence ni como espectadora de un partido, y mucho menos como ex niña prodigio del deporte. Se dice que entrenó durante meses con el mismísimo Brad Gilbert para lucir creíble. Como a Gil, que alguna vez fue número cinco del mundo, le gusta decir: NG, No Good. Horrible. Pero bueno: Brad, que no era precisamente un estético en la cancha, tampoco era un virtuoso.

En la película Wimbledon: El

No es la primera vez que me pasa. En Wimbledon: El amor está en juego, Paul Bettany interpreta a un jugador que, al borde de su retiro y habiendo alcanzado el puesto número 11 como mayor logro, vuelve del ostracismo para disputar su último torneo. Impulsado por el amor, gana el torneo que da nombre a la película. Su enamorada, Kirsten Dunst, hace el papel de la número uno en el lado femenino del draw. Con Pat Cash como asesor, y John McEnroe y Chris Evert como ellos mismos en el rol de comentaristas, la técnica de ambos protagonistas no es mucho más convincente que la de Zendaya y su grupo. En Match Point de Woody Allen, el tenis casi no aparece, y lo poco que se muestra, para mí, es la única mancha en un film que de otro modo resulta brillante.

¿Solo me pasa a mí? ¿Por qué me resulta tan difícil abstraerme de esto? ¿Será que mi amor por el tenis me nubló al ver la paupérrima interpretación de mi deporte favorito? Debo decir que no me pasa con otros deportes en el cine. Según los entendidos, el Sonny Hayes de Brad Pitt en F1 luce sumamente creíble. Para mí, habiendo practicado boxeo durante años, los movimientos del Creed de Michael B. Jordan son bastante realistas (aunque las remontadas ridículas que incluye el guion no lo son). Podría incluso remontarme a principios de los 80 con Escape a la Victoria, donde Michael Caine interpretaba a un defensor en un equipo de prisioneros que incluía jugadores como Pelé, Bobby Moore o nuestro querido Osvaldo Ardiles. Hasta Stallone atajando penales, que se parecía más a Rocky con guantes de arquero, tenía un papel más digno que los tenistas de ficción mencionados.

Sin embargo, debo destacar que Challengers elevó al tenis a su punto más alto a nivel cultural. A pocas semanas de su estreno, las búsquedas en Google de “tennis skirt outfit summer” se dispararon un 138%, y las de “clases de tenis para adultos” aumentaron un 245%. El tenis pasó de ser un deporte con aroma a viejo a ser considerado sexy y cool. Zendaya, sin duda, llevó al tenis a un nuevo nivel y consolidó el tenniscore como una tendencia en la cultura pop y de la moda. Gracias a eso, es cada vez más común ver al tenis mezclándose con la cultura pop, lo que le hace bien al deporte. Aunque, claramente, no a mí.

En Your Friends and Neighbors,

En Your Friends and Neighbors, Jon Hamm hace de un millonario en finanzas, graduado de Princeton. Como ex jugador de su equipo de tenis universitario —que en la vida real compite en la División I de la NCAA—, Coop, su personaje, además de robar en las casas de sus amigos adinerados, entrena a su hija que sueña con entrar en un equipo universitario. A pesar del apoyo de la marca de la manzanita, ninguno de los dos resulta creíble jugando tenis.

Y si lo de Hamm les parece poco verosímil, esperen a ver el tenis en Billions. Si han visto la serie, sabrán que Damian Lewis encarna con gran precisión al despiadado depredador financiero Bobby Axelrod. En la serie, Bobby también juega al tenis. En el décimo episodio de la tercera temporada, lo vemos intercambiar golpes con la rusa Maria Sharapova. Cosas de millonarios. Es cierto que el personaje de Bobby no pretende ser un tenista, pero es prueba de que millones de dólares no pueden comprar un revés a una mano, ni en la vida real ni en la ficción.

El actor Damian Lewis asistió

Todas estas referencias del tenis en la cultura pop le otorgan un prestigio renovado. Y eso me encanta. Pero también pido un poco de respeto. No es fácil jugar al tenis. Llevo casi cuarenta años intentando aprender. Miles de horas transpirando en ese maldito rectángulo. Millones de drives, reveses, saques y voleas, y todavía siento que no lo he perfeccionado. Por ello mi enojo y mi queja. El tenis merece una buena representación. Se ha ganado ese lugar. Como dijo Andy Roddick en su podcast Served, el tenis es quizás el deporte más exigente del planeta.

Técnicamente, para mí, es el más difícil de todos. Un deporte que nunca se termina de aprender. Porque siempre hay algo en lo que mejorar. Porque la perfección es inalcanzable (al menos para todos menos para uno). Y esa búsqueda inalcanzable, en lugar de desalentarnos, nos estimula. Nos incita, nos empuja, nos seduce. Esa búsqueda nos acompañará toda la vida, y sabemos que no la abandonaremos. Que moriremos en el intento. Y eso es lo que hace a este deporte tan hermoso. Por eso, deseo que el tenis se vea tan hermoso en la pantalla grande. Porque los que lo jugamos sabemos lo que los ejecutivos de Hollywood no: hay más posibilidades de que Carlitos o Sinner ganen un Oscar que un actor de Hollywood le gane un game a un tenista profesional.