El 18 de febrero de 2022, desde una tribuna en Santiago del Estero, resonó un grito: “Puto de mierda”. Este insulto se ahogó en el silencio del estadio, que no celebró tal agresión y vitoreó la expulsión de quienes intentaron lastimarlo. Sebastián Vega se enojó considerablemente. El entrenador Martín Villagrán decidió reemplazarlo para que pudiera recomponerse, y al regresar a la cancha con la camiseta de Gimnasia y Esgrima de Comodoro Rivadavia, recibió una ovación de pie del público rival, los aficionados de Quimsa.
En su cuenta personal de X, Sebastián fue el primer jugador de baloncesto en hablar abiertamente sobre su sexualidad. “No quería ocultarme más. No estaba haciendo nada malo, no había matado a nadie. Fueron años agobiantes en los que el miedo me paralizaba”, escribió Vega hace cinco temporadas.
Estas vivencias forjaron al Sebastián Vega de hoy, quien a sus 37 años vive con libertad, plenitud y sin complejos. Es capitán de Boca, fue una de las piezas clave en la consecución del último título de la Liga Nacional del club xeneize, y se permite vivir su sexualidad auténticamente en un mundo deportivo donde el machismo y la homofobia son aún predominantes.
El 28 de diciembre de 2017, Sebastián llegó a su casa en Gualeguaychú y pidió a su padre, Juan, y a su madre, Carlota, que conversaran un momento. Su cuerpo temblaba mientras se preparaba para liberarse, temeroso de la reacción intempestiva de su padre, un hombre de casi 70 años, criado en el campo. Estaba dispuesto incluso a ser echado de su hogar. Tomó aire y les reveló que era gay. Ese instante pareció eterno. Las piernas de Juan cedieron, y Carlota le acercó una silla para que no se desplomara. Sebastián quedó inmóvil, sin saber cómo reaccionar.
Pasaron algunos minutos, que para él se sintieron eternos, hasta que Juan se acercó a él y le tomó la cara entre sus manos. Sebastián cerró los ojos, incapaz de pensar en nada, hasta que escuchó la frase que cambiaría su vida: “Hijo, yo te amo”.
Distintas historias modelaron a Sebastián Vega, quien no imaginó que sentiría tanto amor y respeto. Creía que su carrera en el baloncesto terminaría al abrir una puerta que nadie antes había osado cruzar. Sin embargo, se convirtió en capitán de Boca y contribuyó a su último título en la Liga Nacional, permitiendo vivir su sexualidad en un ambiente deportivo todavía marcado por la homofobia.
Durante años, soportó todo en silencio. Comenzó su carrera profesional en Central Entrerriano en 2004 y desde entonces ha vestido las camisetas de Peñarol, Quimsa, Libertad, Gimnasia y Esgrima de Comodoro Rivadavia, Boca, Aguada (Uruguay) y Unifacisa (Brasil).
El miedo a no poder alcanzar sus metas deportivas lo llevó a decidir cursar y finalizar una carrera universitaria, graduándose como Técnico en Relaciones Laborales. Vega narró sus experiencias previas a hablar públicamente sobre su sexualidad y cómo su vida cambió al desprenderse del peso de ocultar su verdadera identidad.
“Mi terapeuta me ayudó muchísimo en el proceso de aceptación personal, puesto que al principio no comprendía lo que sentía y pensaba que era diferente. Quería encajar en un entorno en el que no me sentía incluido y escuchaba muchos comentarios despectivos”, recordó. “En un momento entendí: si quiero que esto cambie, debo hacer algo, debo asumirlo. Empecé por mi familia, luego mis amigos más cercanos y finalmente decidí hacerlo público, porque no podía más”, relató.
Vega se acomoda en la silla y prosigue su relato, explicando las dificultades por las que atravesó: “Era un lugar oscuro, donde sentía que mi vida personal y profesional caminaban por vías paralelas que no podía unificar. No tenía referentes; no había un caso anterior del cual aprender. No podía combinar ambas realidades, lo que me llevó a lesiones y a desconectarme. Así que decidí hacerlo público”.
“Pensé en cambiar mi vida, y estaba dispuesto a dejar el baloncesto si no podía afrontar lo que venía. Comencé a estudiar una carrera universitaria para asegurarme un futuro por si no podía continuar en el deporte. Cuando hice mi salida, sentí el abrazo del ambiente del baloncesto, que fue muy cálido conmigo”.
“Desde entonces, comenzó un proceso de autoconocimiento. Antes estaba reprimido, pero entendí que debía permitirme ser este nuevo Sebastián, abiertamente gay”.
“Cuando hablé con mi padre, aunque lo aceptó, también tuvo que adaptarse. Todo es complicado”.
Al referirse a sus vínculos más cercanos, Sebastián relata cada situación con precisión: “Me costó mucho arriesgarme, no sabía cómo abordar el tema con mi familia ni con mis amigos. Al revelárselo a mi papá, pensaba que me echaría de casa, y también que mis amigos no me aceptarían. Sin embargo, ellos me decían: ‘¿Por qué no me lo contaste?’ Es que al decírselo, les daba poder sobre mi vida. Tenía miedo a perder su afecto”.
“Era un secreto tan mío que no podía resolver. Recuerdo haberme reunido a tomar un café con un amigo, Lucas Pérez, en Córdoba, y él fue quien me dijo: ‘Es momento de que hables. Tienes un nombre en la Liga, eres respetado; eres la persona ideal para dar este paso’”.
“Un día, después de un mal entrenamiento, se me acercó el entrenador y me preguntó: ‘¿Podemos hablar?’. Yo dudé, pero finalmente accedí. Eran las 11 de la noche y hacía mucho frío. Martín (Villagrán) notó que estaba mal y comenzó a convencerme de que no abandonara el equipo. En un momento le dije: ‘Martín, no es eso. Me acabo de separar'”.
“Estuve en una relación con un chico durante siete años y todo estaba oculto. Él respondió: ‘Oh, no sabía que estabas en una relación’. Y le aclaré: ‘Sí, con un chico, soy gay’. Se quedó en shock, no porque fuera homofóbico, sino por la sorpresa. Luego se mostró dispuesto a ayudarme, diciéndome: ‘No sé qué decirte, pero cuentas conmigo para lo que necesites’. Eso me alivió, y después compartí la noticia con el capitán y otros compañeros. Todos me respaldaron, lo que fue increíble”, narró sobre lo ocurrido en Comodoro Rivadavia.
“Hoy, estoy en paz conmigo mismo. Pude unir mi vida personal y profesional y tengo una vida hermosa. Eso me da mucha felicidad. No tengo nada que ocultar ni siento vergüenza. Si alguien me rechaza, es su problema, yo estoy tranquilo”.
“Así que cuando enfrenté la situación en Santiago, donde me insultaron, salí muy molesto porque a veces, no puedes controlar tu reacción. Me incomodó incluso mi propia respuesta, aunque el entrenador me instaba a mantener la calma y enfocarme en el partido. En el siguiente ingreso a la cancha, todo el estadio me aplaudió. En ese momento, ya había ganado. Antes, esos insultantes eran celebrados como ‘los audaces’. Ahora, quedan expuestos, y siento que he contribuido a un cambio significativo”.
“Ahora, tengo la mente clara cuando juego. Antes, había tantas cosas en mi cabeza, preocupaciones sobre que alguien notara que soy gay. Hoy, me siento muy respetado y cuidadoso, tanto por la hinchada de Boca como por el cuerpo técnico y el personal. La verdad es que todos, desde la puerta hasta el personal de limpieza, me tratan con cariño. Me sorprende que me cuiden especialmente, pero no debería ser así. No somos distintos por amar a alguien del mismo sexo; mi vida sigue siendo exactamente igual”.
Sebastián se detiene, respirando hondo, las lágrimas a punto de brotar. La pausa le ayuda a no quebrarse del todo y continúa: “Creo que el miedo de mi padre era que sufriese discriminación o que no alcanzara mis metas. Ver a su hijo sufrir debe ser muy duro. Quería protegerme. Recientemente, estuvo en una operación y en una charla íntima con mis padres, mencioné lo extraño y lo hermoso que ha sido todo desde aquel día en que casi se desmaya al enterarse hasta esa imagen de la final donde estoy sobre el aro con la bandera del orgullo. A él le dije que lo que había sentido al ver eso…”.
Nuevamente se detiene, el silencio envuelve la escena, y Sebastián lucha con la emoción, pero traga saliva y continúa: “Me dijo que casi se desmaya otra vez, pero de felicidad, porque estaba muy orgulloso de mí y sintió gran alegría al ver el apoyo del público. Lo encontré fascinante, porque le comentaba que era impensable vivir esto. Lo agradecí por su acompañamiento. No es fácil para él, con 70 años, adaptarse a esto, pero su amor lo ha permitido. Son un gran apoyo, él y mi mamá, y creo que todo lo que he logrado es gracias a ellos, porque no sé si lo habría hecho solo”.
“Estoy muy orgulloso de ellos, me lo dicen a menudo, pero yo siento un gran orgullo por ellos, porque han cambiado considerablemente y han tenido la voluntad de entenderme y de ser un apoyo en este camino. Cada día me sorprenden y me encanta tenerlos a mi lado”.
“Mis hermanas, Giuliana y Gisela, también han estado a mi lado. La mayor estaba más preocupada por cómo lo tomarían nuestros padres, mientras que la más pequeña, un día en la cocina, me preguntó: ‘Che, ¿vos sos gay?’. Respondí que sí, y ella dijo: ‘Ah, bueno’. Lo tomó de manera natural. Ambas son leales y siempre están ahí para apoyarme”.
Sebastián Vega ha encontrado un sostén en su familia y disfruta del baloncesto. “Dejé de mirar hacia afuera y centré mi atención en mí mismo, dejé de pensar en lo que la gente pudiera decir sobre mí y mi sexualidad. Recuerdo que uno de los partidos post pandemia, cuando no había público, me sentí más tranquilo. Sentí que me aligeraba. En la cancha, estuve diferente. Era como si la carga en mi espalda desapareciera, disfrutando de cada momento, de viajar con mis compañeros y de reírme de chistes sobre mi sexualidad. Me hizo sentir muy bien, muy feliz; me cambió la vida”.