Si el fútbol fuera para los entrenadores una carrera de grado, Marcelo Gallardo podría afirmar con orgullo que ha superado casi todas las materias a lo largo de estos años. Sólo el 2018, que comenzó de manera turbulenta y puso en duda su continuidad ante la opinión pública, culminó en un desarrollo y final de ensueño. Este año podría concentrar varias de esas asignaturas.
Hoy, la materia que estudia el entrenador presenta un desafío tan novedoso como complejo: por primera vez, MG debe construir un River desde cero, o menos que eso, considerando el tren en marcha que heredó de la gestión Demichelis en agosto de 2024.
Parte del éxito de Gallardo en su primer y glorioso ciclo, a pesar de algunos altibajos, fue que desde el comienzo encontró una identidad fuerte: a partir de ahí, trabajó en consolidarla y, como un círculo virtuoso, los nuevos futbolistas que surgían de las Inferiores o del mercado se sumaban a una máquina que ya funcionaba, capaz de esperar meses o años, como ocurrió con muchos. Esta vez, el equipo se encuentra en una medianía lánguida de cinco puntos que él mismo estableció, y ha intentado revertir la situación con jugadores específicos que contagien al resto, teniendo a Salas como paradigma; por ahora, no lo logra.
En ocasiones, el equipo parece ser el que contamina a los nuevos, los desmotiva, como un cero gigante que multiplica a cualquiera y lo arrastra. ¿Pueden las individualidades elevar al conjunto o es siempre el conjunto el que arrastra a las individualidades? El dilema del huevo o la gallina en River tiene respuesta. De todos modos, Gallardo parece clamar por ambas: tras la derrota con Riestra, apeló al factor H y también a una mejora colectiva en términos futbolísticos ante un encuentro contra Racing que considera “una final” que debería servir “para limpiar esta frustración”.
En temporadas pasadas de esta serie que protagoniza MG, se ha visto cómo sus equipos salieron a flote gracias a partidos como el de este jueves, con aquella Supercopa ante Boca en Mendoza como el ejemplo más claro. Pero en este River, la patología que se percibe desde hace tiempo se explica al revés: son precisamente este tipo de desafíos los que parecen hundirlo.
No parece una mera coincidencia que, aunque no juega bien, durante los primeros 259 días de 2025 el CARP haya perdido solo dos veces, mientras que en los 11 siguientes, quizás los más cruciales de la competencia, acumuló cuatro derrotas consecutivas. En cualquier caso, los números de la primera parte del año, en contexto, junto a esa Supercopa fallida con Talleres y las eliminaciones dolorosas ante Platense y en la fase de grupos del Mundial de Clubes, ya evidenciaban un equipo que se dirigía como por un embudo hacia este punto nodal que se avizoraba a lo lejos, que no era más que un rival fuerte en la Libertadores como Palmeiras. El cruce con el conjunto paulista pareció marcar el momento en que alguien que ha estado aguantando la respiración durante un tiempo se queda sin aire después del clic.
El clic ahora deberá realizarlo Gallardo puertas adentro con futbolistas que carecen de confianza y, lo que es peor, en algunos casos no parecen tener el orgullo y/o la jerarquía necesarios para dar vuelta esta situación y detener un sangrado que podría extenderse. Porque quedan desafíos por delante que tal vez parezcan poco atractivos en contraste con la ilusión trunca por la Copa Libertadores, pero sin duda tendrán un peso considerable si River no los supera.
En términos de la “construcción” que menciona el Muñeco, hoy el CARP carece de bases sólidas cuando el contexto demanda terminaciones, y esa desincronización entre etapas se percibe como un problema complicado de resolver. Aún está a tiempo (un tiempo que él mismo se ha ganado y que no todos los entrenadores tienen) de evitar que este River se transforme en un equipo en destrucción.