No parece existir una categorización clara que defina quién fue Miguel Ángel Russo a lo largo de su trayectoria como entrenador. Encajarlo dentro de un rótulo concreto sería impreciso, ya que su carrera extensa y variada le otorgó siempre la capacidad de sorprender. Y tal vez por ello, su camino estuvo repleto de imprevistos.
Comenzando desde lo más bajo, fue ganando terreno en equipos de mayor relevancia y alcanzó la cúspide al hacerse cargo del banquillo de Boca, donde culminó su primera experiencia en un club grande con la conquista de la Copa Libertadores. Sin embargo, hubo un paso que no pudo dar, a pesar de estar muy cerca: la Selección Argentina, que una noche lo tuvo informalmente como su DT, como él mismo confesó.
En realidad, fueron dos ocasiones en las que su candidatura emergió como la más fuerte para asumir el cargo. Pero la que Miguel nunca olvidará fue aquella de octubre de 2008, cuando ya formaba parte del olimpo xeneize y dirigía a un San Lorenzo que se destacaba en la parte alta de la tabla.
La salida de Alfio Basile tras una derrota en Chile y un trasfondo que el tiempo llenaría de incertidumbres dejó vacante el cargo más deseado. Las miradas se centraron en él, al igual que en Sergio Batista, quien acababa de consagrarse campeón olímpico en Beijing.
“Me llamó el que tenía que llamar, no había otro”, relató Miguel años después, refiriéndose a una comunicación directa que Julio Humberto Grondona tuvo con él. Y recordó que “fui tapa de un diario importante, que tenía la misma información. Los periodistas me llamaban y yo preferí no decir nada. Menos mal…”.
El elegido
La carta que nadie había considerado y que Don Julio jugó estratégicamente (en una Selección desprestigiada por el descontento popular tras quince años sin títulos y muchas frustraciones) representó una apuesta invaluable, con un nombre indiscutible que muchos no resistirían al ver vestido de celeste y blanco: Diego Armando Maradona.
“Estuve cerca, muy cerca. Me llamaron una noche, me dijeron: ‘sos el técnico de la Selección’ y a la mañana ya no lo era más. Así es esto. Tampoco me hice mucho drama ni nada por el estilo, tampoco me abrí el pecho y me clavé un puñal. Seguí viviendo a mi manera…”, recordó, fiel a su estilo.
La otra chance
Ocho años después, cuando la Selección continuaba sin resultados positivos, la salida del Tata Martino tras perder la segunda final de América en un año reabrió la búsqueda de un nuevo DT.
Nuevamente, Miguel figuró como el principal candidato, aunque en un contexto totalmente diferente al habitual en AFA: aquel que, tras la muerte de Grondona, dejó a la organización con un liderazgo casi vacío y que -en ese preciso instante de 2016- tuvo a una comisión normalizadora encabezada por Armando Pérez encargada de designar al nuevo entrenador, un puesto que finalmente fue ocupado (por unos meses) por Edgardo Bauza.
Una historia de desencuentros
Este desencuentro fue quizás el final de su relación con la Selección, 30 años después de una de las cuentas pendientes más grandes de su carrera futbolística, que fue la ausencia de su nombre en la lista definitiva para el Mundial de México ‘86, tras haber sido parte del proceso previo. Una decisión de su mentor más influyente (Carlos Bilardo) que sufrió en su momento, pero que con el tiempo -como alguna vez le expresó el Doctor- logró entender.
“Carlos me dijo que lo iba a odiar y a insultar, pero el día que seas técnico te vas a dar cuenta. Tenía una razón muy grande. Todo lo que me decía luego se materializó en la realidad. Hay que saber manejarlo y llevarlo. Es muy difícil ser director técnico”. Vaya si lo habrá sabido Miguel, con más de 30 años de trabajo constante. Y aunque le faltó ser un DT de Selección.