Fue una manifestación de amor tan intensa que trascendió camisetas, rivalidades y tensiones futboleras propias del folclore. Miguel Ángel Russo fue despedido por una familia mucho más extensa que su círculo cercano de seres queridos. Una familia conformada por todo el universo del fútbol, ese que habitó durante 50 años, primero como jugador profesional y luego como técnico. Miguelo se marchó envuelto en muestras de cariño inconmensurables y sinceras, cosechadas a lo largo de una trayectoria donde el respeto siempre fue su bandera, la caballerosidad su estandarte y la amabilidad un sello irrenunciable. Por ello, por sus códigos y convicciones inquebrantables, así como por la valentía y el espíritu de lucha que mostró frente al temido monstruo del cáncer, emprendió su viaje hacia el cielo abrazado por un fuerte y emotivo desbordar del cariño popular que hizo vibrar los alrededores y el interior de la Bombonera.
El templo del fútbol, ubicado en La Boca, no solo se vistió de azul y amarillo, los colores que lo acompañaron el pasado miércoles, cuando su corazón dejó de latir. Porque esta versión que se ha convertido en un mito eterno indica que se marchó con la camiseta del Xeneize puesta. Esa misma indumentaria que en 2007 le permitió alcanzar la cima más alta de América al consagrarse campeón de la Copa Libertadores con un equipo extraordinario, donde Riquelme brilló como nunca. Un Román que considera a Miguelo como un padre adoptivo, al igual que a Carlos Bianchi, y que estuvo a su lado desde la mañana hasta la noche junto al féretro.
Russo recogió todo lo que sembró en sus 69 años de vida. No solo desfilaron camisetas de Boca. Miguelo, quien de niño era hincha de Huracán por herencia familiar, dejó una huella en Estudiantes durante su etapa de jugador. Pero, con el tiempo, ya de traje y corbata, tuvo muchos hogares adoptivos: estuvo cinco veces en Rosario Central, donde no perdió ningún clásico frente a Newell’s y fue campeón de la Copa de la Liga en 2023. Palomo, como lo llamaban en su juventud, también es parte de Lanús, Vélez, San Lorenzo, e incluso Los Andes, Colón y Racing, clubes argentinos en los que dejó su impronta. En algunos lugares dejó huellas más profundas que en otros, pero en todos cultivó respeto. Por eso, en su despedida, se pudieron ver camisetas de los equipos que dirigió y de varios en los que no estuvo. Incluso hinchas de River se animaron a acercarse a una Bombonera que fue una casa de puertas abiertas para todos. Este, quizás, sea uno de los legados más importantes que Miguel dejó: la rivalidad, al menos por unas horas, quedó en un segundo plano ante el simbolismo de una figura que logró captar el cariño de jugadores, dirigentes y fanáticos de todos los frentes.
Russo se fue aferrado a la pelota, su gran amor. “Cuando me muera no quiero nada de flores, yo quiero un trapo que tenga estos colores”, corearon miles de hinchas de Boca que acudieron al estadio, entre lágrimas. Una procesión interminable, con gente que llegó desde distintos lugares, algunos que dejaron sus trabajos en plena jornada para rendir homenaje a un ídolo cuyo nombre ya está inscrito en el firmamento de la gloria xeneize. “Ni la muerte nos va a separar” fue otra de las canciones que resonaron. Y hubo una letra adaptada especialmente para la ocasión: “Muchas gracias Miguelo, muchas gracias Miguelo. Vos nos diste la Copa, vos nos diste alegrías, lo que hiciste por Boca no se olvida en la vida.” La retribución concluyó con una estrofa cantada con fervor: “¡Y dale, y dale, y dale Russo dale!”.
El cortejo fúnebre comenzó exactamente a las 9.34 de la mañana. Primero hubo una ceremonia íntima, a la que asistieron familiares cercanos y el plantel completo de Boca. Por deseo de sus seres queridos, se prohibió grabar videos y tomar fotografías. Un rato más tarde, las puertas del hall central del estadio se abrieron al público general. Y la fila se mantuvo prácticamente de forma permanente en 600 metros. En algunos momentos se extendió hasta la puerta del complejo Pedro Pompilio, situada sobre la calle Wenceslao Villafañe, a metros de Del Valle Iberlucea, donde se encuentran los palcos. La multitud abrazó tanto la cancha como a Miguel.
El mundo del fútbol acudió a una despedida multitudinaria
Se vieron caras conocidas y también miles de anónimos. La muchedumbre, atravesada por la tristeza, intentó dar el adiós con el calor inherente a la pasión desbordante que solo el fútbol puede despertar. Conmovido se lo vio a Ángel Di María, quien soñó con ser dirigido por Russo durante su quinto ciclo en Central, algo que finalmente no se concretó porque Fideo terminó regresando un tiempo después, ya con Ariel Holan al mando del equipo rosarino. No fue el único jugador del Canalla en acercarse: también estuvieron Alejo Véliz, Carlos Quintana, Facundo Mallo e Ignacio Malcorra, entre otros, que recorrieron en autos particulares los 299 kilómetros que separan a Rosario de Buenos Aires para rendir homenaje a un hombre al que consideraron como un segundo padre. Esa ciudad de la provincia de Santa Fe amaneció con varios murales nuevos que fueron pintados durante la madrugada en honor a Miguelito. También se vio a Gonzalo Belloso, presidente de Central, quien mantenía una relación estrecha con él.
El mundo entero del fútbol se congregó en la Bombonera. Glorias de Boca como Alberto Márcico y Blas Giunta permanecieron un largo rato. Claudio Úbeda, su ayudante de campo que asumirá, al menos de manera provisional, el mando del primer equipo del Xeneize, estuvo firme a su lado durante horas, al igual que Riquelme, vestido con un elegante traje y corbata.
Se vivieron momentos emotivos cuando el plantel completo de San Lorenzo llegó después del entrenamiento matutino. A algunos jugadores del Ciclón se los vio secándose las lágrimas, ya que habían sido dirigidos por Miguel hace muy poco tiempo. También estuvo el Gallego Insua y todos los futbolistas de Barracas Central, club que aceptó postergar el partido del domingo. Jorge Brito, presidente de River, y su vice, Ignacio Villarroel, asistieron al velorio.
Algunos que no pudieron asistir publicaron palabras muy emotivas. “Dejó una huella imborrable”, expresó el técnico de la Selección Argentina, Lionel Scaloni, desde la concentración en Miami. “Que en paz descanse, Miguel. Mi más sentido pésame a su familia, amigos y a toda la gente cercana”, fue el mensaje de Lionel Messi. “Agradezco el tiempo que compartimos en 2007, cuando cumplió su gran anhelo de llegar al club. Mis condolencias a sus familiares y amigos”, escribió Mauricio Macri. El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, Guillermo Barros Schelotto, Juan Sebastián Verón, Alexis Mac Allister, Gustavo Alfaro, Sergio Agüero, Rodolfo D’Onofrio y cientos de figuras destacadas del fútbol expresaron sus sentidos pésames.
Hubo momentos muy emotivos
Así como hubo saludos y la presencia de figuras conocidas, también conmovedoras fueron las pequeñas historias de hinchas que se acercaron para rendir su homenaje. “Esta camiseta es de mi hijo Pablo, que se murió de Covid y ahora vengo a ofrendársela a Miguel”, comentó una señora que no pudo contener las lágrimas. No hubo veredas opuestas ni trincheras. Resultó conmovedor ver a hinchas de River fundirse en abrazos afectuosos con gente de Boca.
Ignacio Russo, hijo de Miguel que juega en Tigre, estuvo un largo rato al lado de Román, quien lo confortó en el hall de la cancha, donde reposaba un féretro cubierto de flores, cartulinas con dedicatorias, y cientos de camisetas de distintos colores. Incluso hubo banderas de River.
El fallecimiento de Miguelo fue una noticia que cruzó fronteras. Real Madrid, Barcelona, Bayern Múnich y Universidad de Chile, donde dirigió, también dedicaron palabras en su honor. Hasta Auckland City, rival en el último Mundial de Clubes, hizo una publicación alusiva. El hombre ha evolucionado al mito. La gente no pudo expresarlo mejor: “Se ve, se siente, Russo está presente”. En la memoria vivirá para siempre.