Muchos atletas, después de años dedicados a un deporte, deciden colgar las botas, raquetas, guantes o palos para explorar nuevas pasiones. Recientemente se informó que Arjen Robben, el exfutbolista holandés de Real Madrid y Bayern Múnich, ha comenzado a competir en pádel, aunque no es el único caso. Un ejemplo notable es Conor McGregor, quien comenzó en el fútbol antes de aventurarse en las Artes Marciales Mixtas (MMA). Está claro que su cambio fue acertado, a pesar de que mostraba talento en el deporte rey.
Nacido en Dublín, Irlanda, Conor McGregor creció en un hogar donde las limitaciones económicas eran la norma. Su familia, sin privilegios, dependía de trabajos manuales y ajustes diarios para sobrevivir. Como sucedía en muchos jóvenes de barrios obreros de la capital irlandesa, el deporte se convirtió en una vía de escape y una posible plataforma para el crecimiento personal.
La pasión de McGregor por el fútbol se manifestaba en su constante seguimiento al Manchester United, equipo con el que soñaba jugar algún día. Al abandonar la escuela siendo aún menor de edad, se unió a su padre en la fontanería, un oficio que compatibilizaba con el fútbol. Así se unió al equipo Yellowstone FC, conocido más tarde como Stanaway Celtic, un club modesto de la liga local de Dublín.

Entrenadores y compañeros reconocían en McGregor al líder del equipo. Se destacó como goleador y figura clave en partidos importantes; su entrenador, David Glennon, lo calificó como “el mejor jugador del plantel, incansable y competitivo”. A pesar de su talento, la posibilidad de avanzar hacia una carrera futbolística se vio opacada por las presiones económicas y la necesidad familiar de contribuir con un ingreso. Esta realidad lo acercó cada vez más a trabajar en oficios manuales en casa.
Sin embargo, la adolescencia de McGregor también estuvo marcada por situaciones difíciles debido a episodios de acoso escolar. Más pequeño y débil que sus compañeros, fue víctima de bullying en la escuela. Esta experiencia lo impulsó a encontrar refugio en los deportes de combate. A los 16 años, sin expectativas profesionales, comenzó a practicar Artes Marciales Mixtas con la intención de aprender a defenderse.
La transición hacia el boxeo amateur le ofreció a McGregor la posibilidad de ganar confianza ante sus pares. Durante un tiempo, su vida giró entre el entrenamiento, la fontanería y los partidos de fútbol, sin un camino claro definido. Los entrenadores notaban su talento atlético y velocidad, aunque mencionaban su falta de constancia en los entrenamientos durante la adolescencia.
En 2008, llegó el momento decisivo. McGregor dejó atrás el trabajo familiar y se dedicó por completo al entrenamiento profesional en MMA. La promotora Cage Warriors reconoció su estilo poco convencional y agresivo, brindándole su primera gran oportunidad internacional. El irlandés obtuvo títulos en peso pluma y ligero al mismo tiempo. Sin embargo, a pesar de sus éxitos deportivos, la estabilidad económica seguía siendo esquiva. McGregor dependía de asistencia estatal, recibiendo ayudas semanales de 188 euros.
Años después, logró dar el salto internacional al firmar su primer contrato con la Ultimate Fighting Championship (UFC), la organización de mayor crecimiento en el deporte profesional. El resto, como se suele decir, es historia. McGregor se convirtió en uno de los mejores luchadores de la UFC y, tras varios años alejado del octógono, decidió volver a ponerse los guantes.