Wimbledon está impregnado del glamour de sus leyendas. Sus relatos entrelazan luz y sombras, como el de Vere Thomas St Leger Goold, finalista en 1879, cuya vida estuvo marcada por una tragedia y crimen, más allá de sus logros en la cancha, según el diario español La Razón.
Antes de su trágico desenlace, Goold era un nombre destacado en el tenis victoriano. Había ganado en importantes torneos como los campeonatos del sur de Irlanda y Waterford, incluso repitió victoria en este último en dos ocasiones. Sin embargo, esa derrota en la final de Wimbledon de 1879 marcó el inicio de un abrupto declive tanto profesional como personal, del que nunca pudo reponerse del todo.
El revés en la cancha dio lugar a una progresiva decadencia. A excepción de una aparición notable en la final de Cheltenham, Goold no volvió a destacarse en torneos relevantes y se retiró de la competencia en 1885. Relatos históricos indican que a partir de 1883 comenzó un período autodestructivo caracterizado por el consumo excesivo de alcohol y drogas.

En ese mismo año, Goold llegó a Londres, donde conoció a Marie Giraudin, una mujer francesa destacada por su astucia y carisma. Su atractivo no era solo físico, sino también intelectual y social.
Años después, en 1891, el extenista y Giraudin contrajeron matrimonio. Sin embargo, su vida en pareja trajo consigo problemas económicos. El elevado estilo de vida de Giraudin y la escasez de recursos de Goold llevaron a un deudamiento creciente, que se agravó al mudarse a Canadá, donde Marie abrió un pequeño taller de costura en Montreal.
Más tarde, se mudaron a Liverpool para administrar una lavandería, pero ninguno de sus intentos de establecer un negocio logró estabilizar su situación financiera.

Según informaron, desesperados por su situación, los Goold decidieron probar suerte en Montecarlo en 1907. Marie convenció a su esposo de jugar en el casino, confiando en un supuesto sistema infalible que les permitiría ganar grandes sumas.
La estrategia fracasó y, en pocos días, la pareja quedó arruinada. Poco después, conocieron a Emma Levin, una turista sueca adinerada, con quien forjaron una rápida relación de conveniencia. Levin llegó a prestarles 40 libras, una cantidad significativa para la época, que perdieron rápidamente.
Pronto surgieron problemas. Una amiga de Emma Levin, Madame Castellazzi, sospechó de las auténticas intenciones de los Goold y persuadió a Levin para reclamar el reembolso, lo que dio lugar a una fuerte disputa pública cubierta por la prensa de ese entonces. Avergonzada por el escándalo, Levin decidió abandonar Montecarlo, aunque antes optó por tener un último encuentro con la pareja irlandesa, según La Razón.
Después de ese encuentro, la sueca desapareció misteriosamente. Su amiga, Castellazzi, preocupada por su bienestar, informó a la policía. Mientras tanto, los Goold se dirigieron a Marsella y dejaron en una estación de tren una maleta pesada y un bolso, con instrucciones para enviarlos a Londres.
El portero de la estación, intrigado por un olor fuerte y manchas extrañas en la maleta, descubrió en su interior restos humanos desmembrados, una evidencia contundente de un crimen atroz. La policía, alertada de inmediato, encontró en el hotel donde se hospedaban los Goold un espectáculo dantesco: sangre en las paredes, cortinas y suelo, junto a herramientas como martillo, cuchillo y hacha.
A pesar de sus intentos por culpar a Madame Castellazzi, las pruebas los involucraron directamente. Ambos fueron condenados: Vere Thomas St Leger Goold a cadena perpetua, pena que cumplió en la infame Isla del Diablo, donde finalmente se suicidó. Marie Giraudin, condenada en un principio a muerte, vio su pena conmutada por prisión perpetua y falleció en la cárcel de Montpellier en 1914.




