“Yo pensaba en Papá Noel y estaba en Estados Unidos haciendo una gira”. Muchas personas deben decidir su camino al finalizar el secundario, generalmente a los 18 años, pero Luciano Vitullo tomó su decisión más de diez años antes. Desde su infancia, recorría el mundo exhibiendo su destreza con la raqueta. Según voces de quienes lo conocen, era un diamante en bruto, una promesa del tenis. Esta expectativa se evidenció cuando, a los 17 años, se consagró campeón del Australian Open en la modalidad dobles junior en 2001. No obstante, en el pico de su carrera, su fortaleza mental comenzó a desmoronarse.
Nacido el 2 de marzo de 1983 en Carapachay, el deporte formó parte de su vida antes de cumplir cinco años. “Cuando me decís: ‘¿Elegiste el tenis?’. No, la verdad es que no lo elegí; el tenis me eligió a mí’, confiesa en una entrevista extensa con Infobae, después de hacer una pausa en su papel como CEO de una empresa tecnológica.
Una de las personas que más creyó en su talento es una auténtica figura en el circuito. Paul Annacone, quien entrenó a Pete Sampras (también lo hizo con Roger Federer), fijó su mirada en el joven a punto de conquistar su primer título junior en el Campeonato Internacional Juvenil Eddie Herr 2000. Junto a Sampras, ex número uno del mundo y ganador de 14 Grand Slam, entre ellos siete Wimbledon, presenciaron su consagración en el Melbourne Park y le obsequiaron algo especial por su victoria: “Me regalaron una billetera de una marca muy reconocida. Yo no entendía nada”. Además, compartió muchos entrenamientos con la leyenda.
Sin embargo, había problemas que iban más allá de su rendimiento en la cancha. En medio de la algarabía por su victoria junto al estadounidense Ytai Abougzir frente al canadiense Frank Dancevic y el ecuatoriano Giovanni Lapentti, Vitullo reveló que su entrenador le sugería trabajar su fortaleza mental, ya que su negatividad en la cancha le resultaba perjudicial. Hoy, dos décadas después, lo reafirma: “Mi problema era la cabeza”. Alcanzó su mejor posición en el ranking mundial al ocupar el lugar 440 en singles y 627 en dobles.
De acuerdo con datos proporcionados por la ITF, logró cuatro títulos entre 2001 y 2005, dos en singles y dos en dobles. De hecho, llegó a coronarse en un certamen en pareja con Horacio Zeballos, uno de los mejores doblistas del mundo hoy, que recientemente alcanzó el N° 1. A pesar de estos logros, las presiones económicas en un período marcado por el default y el corralito en Argentina impactaron en su trayectoria y su estado de ánimo. “En los últimos tiempos, ganaba y no era feliz. Iba a un hotel cinco estrellas y deseaba estar en casa, en un asado, pasando el fin de semana con mis amigos y con mi familia”, narró en una conversación telefónica que se extendió por más de una hora.

Cuando dejó la raqueta en 2006, atravesó un “duelo fuerte”. Dos años más tarde, redescubrió su motivación al fundar una academia de tenis, al mismo tiempo que continuaba con su emprendimiento tecnológico, que se enfocó en el ámbito corporativo. No tiene una raqueta en su casa y, si debe elegir, el fanático de Platense prefiere jugar un partido de fútbol antes que volver al tenis.
Hoy, se encuentra en pareja con su novia de la adolescencia, Soledad Larghi, periodista del canal América. Ambos son padres de Dante, un bebé de nueve meses, y tienen dos perros, Piscu y Pupo: “El Roland Garros que, de niño, decía: ‘Uy, yo quiero ganar Roland Garros’, bueno, hoy yo lo gané; hoy, teniendo la familia que tengo, es mi Roland Garros”.
– ¿Cómo te acercás al tenis originalmente, porque no venís de una familia con esa pasión?
– Yo me crié en la casa de mis abuelos los fines de semana, donde al costado de la casa había un parque gigante y mis papás con sus amigos hacían una cancha de tenis con la hierba y pasaban desde la mañana hasta la noche jugando ahí dobles, practicaban el tenis. Yo andaba por ahí con la raqueta, y lo que sucedió luego fue que íbamos al supermercado y mis papás me dejaban en el pasillo donde estaban las raquetas y las pelotitas, y mientras ellos hacían las compras, yo me quedaba ahí, sin moverme, porque la condición era que al terminar las compras, me pasaban a buscar y yo me llevaba un tubo de pelotitas. Estaba muy emocionado con eso. Tenía 4 o 5 años. Y lo otro fue que en el jardín al que iba había un club de tenis a una cuadra, el Florida Tenis, y cada vez que pasaba por ahí hacía un berrinche porque quería entrar y ensuciarme las medias con el polvo de ladrillo, me llamaba la atención. No me prestaban mucha atención hasta que un día uno de los que me enseñó a jugar al tenis, Alberto Crupi, se dio cuenta de mi insistencia y un día le dijo, creo que a mi abuela, que ese día me fuera a buscar y me dejara entrar.
– ¿Cómo deja de ser un hobby para transformarse en una percepción profesional?
– Es el tema que siempre digo. Si me decís: “¿Elegiste jugar al tenis?“, es raro, porque a esa edad, a veces uno tiene veinte años y no sabe lo que quiere. Lo que pasó es que los resultados que fui obteniendo fueron muy buenos y, a los 16 o 17 años, dije: “estoy en esto, tengo que seguir”. Si me decís: “¿Lo elegiste?”. Y hoy, con esta cabeza de más de cuarenta años, te digo: “No, la verdad que no lo elegí; un poco el tenis me eligió a mí”.

– ¿Y querías estar ahí?
– Todo lo que viví con el tenis fue espectacular. Tuve experiencias que jamás pensé que tendría. Todas hermosas, a pesar de que, en los últimos tiempos, ganaba y no era feliz. Cuando uno empieza a tener cierta edad y a decidir lo que le gusta o no… Me fui muy joven de casa, porque a los catorce años me mudé a Barcelona por un año y medio, donde viví con una familia. En ese entonces, no existía la facilidad de la videollamada para decir “bueno, extraño un poco”. Estuve con catorce años viviendo los primeros meses de adaptación en la casa de dos personas mayores, que eran los padres de uno de los entrenadores de la academia donde entrenaba en Barcelona. Fue una experiencia rara. Estando ahí solo, no fue lindo. Después sí, hice amigos de chicos que entrenaban en la academia, y las familias se pusieron de acuerdo y alquilaron un piso para que pudiéramos estar juntos y que las familias nos visitaran, y así fue un poco más ameno, pero la carrera tenística es muy difícil. Hay que tener la cabeza muy fuerte. Yo iba a un hotel cinco estrellas y deseaba estar en casa, quería estar en los asados, en los fines de semana con mis amigos y mi familia.
– ¿Cómo manejabas el desarraigo antes de cada torneo?
– Fue una de las cosas que más sufrí. Con toda humildad, y dicho por la gente del ambiente, tenía condiciones espectaculares, superlativas. Nadie decía: “este chico no va a llegar”. Yo estaba convencido de que jugaba bien, pero en el fondo sabía lo que me faltaba, porque aunque en Junior me fue muy bien, tuve contratos importantes y tuve a uno de mis representantes, Paul Annacone, el entrenador de Sampras. Conviviendo con ellos, realicé pretemporadas. Los Grand Slam profesionales duran dos semanas y la de los Juniors comienza la segunda semana de ellos. Así que yo me iba la primera semana porque entrenaba toda la semana con Pete (Sampras), quien hacía la entrada en calor, y yo aprovechaba para entrenar ahí en el ambiente del Grand Slam.
– ¿Veías más lo que te faltaba o lo que tenías?
– No, lo que me faltaba. Eso me atormentaba.
– ¿Por qué sufrías?
– Me daba algo de bronca saber que tenía una herramienta en la mano, que era como un diamante y que mi mente no podía igualar eso. No lograba aprovecharlo. También sucedía porque, en el fondo, no era muy feliz, no lo disfrutaba. Me costaba bastante. Y, aunque tuve resultados muy buenos, muchas veces me preguntaba: “¿Por qué no estoy contento?”. Me frustraba muchísmo no estar contento. El tenis enseña a ganar y a perder, y a recuperarse rápido. El domingo podía estar levantando una copa en Medellín y, al día siguiente, quizás estaba jugando en Guayaquil, en Ecuador, en otro club, en condiciones totalmente diferentes y perdía. Y ahí es cuando decías: “Pero, ¿viste?” Y en ocasiones perdía con alguien a quien no debía perder.

– ¿Cómo comenzaste a entrenar con Annacone?
– La relación con Paul fue creciendo. Es un señor en mayúscula, un fenómeno. He conocido pocas personas con la calidad humana de él. Empezó a seguirme en el Eddie Herr (Campeonato Internacional Juvenil) en diciembre del 2000… Creo que gané ese año. Ahí comenzó a seguirme, vino a ver mis partidos, se presentó y, en uno de mis encuentros, me felicitó, me dijo que era un gusto conocerme y que le gustaba mucho cómo jugaba. A la semana siguiente fue el Orange Bowl, y ahí me preguntó quién era la persona responsable, que era mi abuela. Ella no hablaba inglés y tuve que estar presente en una reunión donde él propuso apoyarme. Él estaba en la empresa AMG, había una intención de ayudarme económicamente y, si yo quería, podía ser mi mánager. En ese momento, estaba libre. Le dije: “Cuando vuelva a Buenos Aires, lo conversamos en familia. Mándame el contrato”. Nos envió un contrato muy amigable, que normalmente cuando lees contratos tenísticos, te asustas. Este parecía hecho por un amigo. No había cláusulas problemáticas.
– ¿Cómo lograste sostener tu carrera desde que llegaste a Barcelona a los catorce años hasta el campeonato que ganaste previo al Australian Open?
– Siempre recibí apoyo económico de mi abuelo, que tiene una empresa metalúrgica. El esfuerzo familiar fue conjunto, pero la base provenía de mi abuelo y mi abuela.
– ¿Habías conseguido otros títulos antes de esa época?
– En Sudamérica, ganaba todo. Siempre me consagraba en los sudamericanos y los mundiales. Fui campeón sudamericano de todas las categorías, desde los doce años… Por eso te digo, no pude elegir. A los dieciocho años, ya estaba en la transición a la profesionalidad, que marca otra vida completamente diferente, más dura. Y yo ya tenía la cabeza bastante agotada porque mi carrera fue muy exigente. Los resultados que fui logrando me hacían viajar literalmente. En el colegio, me atormentaban con bromas: “Uh, llegó un compañero nuevo”. Me preguntan: “¿Y por qué no manejaron las cosas de otra manera? ¿Por qué no fuiste más despacio?” Y, pero, ¿cómo podía ir más despacio? Imposible.
– En un principio, jugar al tenis era un disfrute para vos…
– Por supuesto. Para un niño, no puedes imaginarlo: viajaba por el mundo. Creo que la complicación empezó a los 17 años, más o menos. Hasta los 16 fue un sueño. Mi problema no era el aspecto deportivo, sino el mental. Mi problema era la cabeza.

– ¿Por qué?
– Generalmente, para aprovechar las giras económicamente, debías estar un mínimo de cuatro semanas. Muchos dicen que la ventaja de los europeos es que maduran más rápido. No, los europeos pierden, toman un tren y se van a casa. Nosotros perdemos y debemos quedarnos toda la semana deprimidos en el club, observando cómo juegan todos tus amigos, compañeros y rivales, mientras tú entrenas, esperando que comience otro torneo. Así que, si en tu casa disfrutas de una buena calidad de vida, dices: “La puta madre, quiero irme de aquí”. No puedes irte siendo junior. Si me llevaban a un hotel de cinco o de dos estrellas, me era indiferente porque mi problema no era el lugar, sino: “La estoy pasando mal aquí, yo vine a competir, no a entrenar, no a ir al gimnasio del hotel, ni al del club, yo vine a jugar el torneo”. Cuando perdías en la primera o segunda ronda, era horrible.
– ¿Qué te motivaba a quedarte?
– El esfuerzo de mi familia, el que hacía yo. Siempre me gustó analizar la parte psicológica. Luché tanto con mi mente que hoy en día lo hablo incluso con Sole (Larghi), mi esposa. Tomamos vino y charlamos sobre cosas que recuerdo, porque viví tanto y también borré muchas, que reflexiono: “¿Cómo puede ser que no haya podido manejar mi cabeza?” No la podía manejar, hacía un esfuerzo tremendo, porque sabía lo que tenía. Decía: “No puedo desperdiciar esto”. La realidad era que no tuve la capacidad, además, me agarró en 2001, cuando comenzamos a enfrentar muchas complicaciones económicas y viajar se volvió un reto. La presión era diferente, y nunca, gracias a Dios, conviví con la presión económica de la familia o de un sponsor. Empecé a sentir eso y decía: “Ahora, encima, se me suma esto”. Fue un momento bisagra; mi transición de junior a profesional coincidió con un periodo del país muy complicado para viajar, económicamente. Y mi cabeza ya llevaba diez años como jugador, porque desde los ocho años viajaba a Estados Unidos para jugar torneos. Recuerdo que pensaba en Papá Noel y a los siete años ya estaba en Estados Unidos haciendo una gira con Alberto (Crupi).
– Tuviste que madurar a los ocho años.
– Exactamente. Con la perspectiva del tiempo, pienso que una de las cosas más importantes para un jugador de tenis es elegir muy bien a tu entrenador, ya que es la persona con la que más convives. Puedes tener al Guardiola del tenis, y decir: “Increíble lo que sabe”. Pero si Guardiola no se adapta a tu manera de ser o de pensar, no sirve. Chocan mucho. El partido dura tres o cuatro horas, pero en el resto del tiempo convives con él fuera de la cancha. Si al jugador le interesan ciertas cosas y al entrenador no le interesan en absoluto, no va bien. Me ha pasado. Me decían: “Mira, yo prefiero tener habitación propia, no compartir”. Era un gasto mayor y tenía que buscar compañero o quedarme solo. Y mientras tanto, él pasaba el día en la habitación, leyendo libros y hablando con su familia, y yo era un pibe de 17 años que decía: “No sé, vayamos a un parque, recorramos la ciudad”.

– ¿La cuestión de salvarse económicamente estaba en tu mente con el tenis?
– No, nunca estuvo. Por eso menciono el tema de la necesidad. Afortunadamente, vengo de una clase media, por lo que nunca sentí la necesidad de decir: “Debo hacer esto porque…”
– Además, el dinero no compra la felicidad.
– Exactamente. Para mí, eso es todo. Y ahora lo reafirmo, especialmente como padre. Tengo un bebé de nueve meses (Dante) que, aunque esté en quiebra, si lo veo reír, ya está, no me interesa nada más.
– ¿Qué recuerdas de esa coronación en el Melbourne Park en 2001?
– Fue un año particular, que coincidió con la crisis en Argentina y empezamos a complicarnos económicamente. El torneo fue espectacular, pero no estaba en mis planes viajar. Tuve un conflicto con un entrenador que consideraba excesivo el coste y la duración del viaje y yo me opuse. Hablé con mi familia y les dije: “Quiero ir”. Hablé con Paul (Annacone), quien me aseguró que podía contar con él allí.
– ¿Tomaste conciencia de eso?
– Tuve un poco de conciencia porque tuvo mucha repercusión en los medios. Además, estaba la situación de que me manejaba Paul Annacone, que estaba con Sampras, quien en ese momento era número uno del mundo, y yo entrenaba con Pete. Fue un boom.
– ¿Cómo eran esos entrenamientos con Pete Sampras?
– Entrené mucho con él en todos los Grand Slam. Hacía la entrada en calor. Luego estuve en Los Ángeles un par de veces entrenando con él. Son momentos inexplicables e inolvidables. No sabría cómo describirlo, lo impactante que era la velocidad de sus golpes. La golpeaba de tal forma que te daban ganas de girarte porque pensabas: “¿Qué? ¿Qué viene?” Una locura.

– ¿Qué consejo o charla recuerdas con él?
– Una de las cosas que me dijo fue que nunca me preocupara por jugar bien durante todo el torneo, que lo más importante es llegar a la final y jugar bien esa final. Lo normal es que en los primeros partidos siempre estés nervioso, especialmente si eres el favorito. Así que es difícil jugar bien cuando tienes miedo de perder rápidamente. Debes tratar de jugar lo mejor posible y sacar adelante los partidos, incluso jugando mal, que eso es lo mejor que puede pasarte.
– ¿Tienes fotos de esos momentos?
– No, es lo único que lamento. La tecnología estaba tan atrasada que no pude conservar muchos momentos para mostrárselos a Dante en el futuro. Lo tengo todo en mi corazón y en mi mente.
– ¿Qué hiciste después de ganar el Australian Open?
– Fuimos a cenar al lobby del hotel con Pete, su esposa, Paul y yo, y me regalaron una billetera de una marca muy famosa. Yo no entendía nada, (risas).
– ¿Todavía tienes el título?
– Sí, claro.
– ¿Guardas esos tesoros?
– Es un tema familiar que tengo. No quiero exagerar, pero debo tener más de 150 copas, desde el primer nacional que gané hasta la última. Y todo lo tengo guardado en valijas en un cuarto de mi casa.
– En 2001 ganas otro torneo más en Paraguay y logras otro en 2002 en Estados Unidos. ¿Cómo repercutió el tema económico después de ese trofeo en Melbourne?
– La situación del país era compleja, y era difícil ganar. Aunque esos torneos que ganabas como profesional te otorgaban mil dólares o mil quinientos, con suerte cubrías la semana del hotel. Siempre terminabas a pérdida. Recién a partir de un Challenger podías empatar un poco los gastos de viaje.
– Por eso la presión de tener que ganar.
– Exactamente.

– ¿Era más profundo el declive emocional si perdías en ese momento?
– Sí, era terrible porque también me estaba costando disfrutar. La etapa junior fue maravillosa. Cuando empecé a ser consciente de todo, de la parte económica y de lo que se gastaba, pensaba: “A la mierda”.
– ¿Te mareaste por el éxito?
– No, jamás. Siempre fui un pibe de barrio. Me gusta el fin de semana en familia, el asado, la sobremesa, el hacernos chistes, joder. Y tenía la vía libre para subirme al caballo. En ocasiones, había torneos donde me podían pagar y les decía que no me paguen, que ya era suficiente si podía llevar conmigo a mi mejor amigo del colegio. Y viajaba. Mi prioridad siempre fue ser feliz, pasarla bien, disfrutar de la competencia, porque amo competir hasta el día de hoy. Si no lo disfrutas, es un problema. Ahí surge un tema del ego, ese egoísmo que también acompaña mucho el tenis, un deporte extremadamente individual. Eso también me complicó. Tengo un montón de anécdotas feas de gente a la que no solo ayudamos, sino que ayudamos económicamente, a chicos, a familias que venían a Buenos Aires y los acogíamos. Después, esos mismos chicos… te das cuenta y te la clavan.
– ¿Existe la amistad en el tenis?
– Voy a ser sincero: no. Si hubiera sido un poco más político o más astuto, quizás me habría ido mejor. A veces, me faltaba un poco de picardía; era demasiado bueno. Pensaba que todos eran mis amigos, y actuaba así, pero no era tan así. Después, el tiempo me demostró que no.
– En este sentido, ¿cambió tu círculo íntimo cuando te retiraste?
– Por supuesto. Olvídate. Desaparecieron todos. Obvio. Obvio. Los amigos del campeón…
– Competiste en junior, luego también en ITF. ¿Llegaste a competir en torneos ATP?
– Sí, competí en torneos ATP. Jugué en el ATP de Buenos Aires, donde me dieron una wildcard (invitación). Después jugué en el ATP de Atlanta, pero no mucho más.

– ¿Y en qué contexto termina tu relación profesional con Paul Annacone?
– Cuando finalizó el contrato en 2005.
– Un año antes de que te retires.
– Exactamente.
– ¿Es una casualidad?
– Sí, porque yo ya venía conversando con él. Es una persona que me entendía profundamente, nunca me presionó ni me obligó, porque percibía claramente lo que me pasaba, y él, con toda su experiencia, lo veía. Me apoyaba. Se dio cuenta de que no me iba a arrepentir, y lo sigo afirmando hoy. Siempre he dicho: “No quiero que el tenis me deje”. Quería ser quien dejara al tenis como una forma de agradecerle todo lo que me dio. No deseaba pelear contra la corriente y terminar odiando el tenis. Luego, tuve una academia como forma de devolver un poco de lo que recibí. Comencé a observar cómo se comportaban los padres y toda la locura. A veces, ellos tenían más ganas que los chicos… Simultáneamente, empecé con el tema tecnológico y monté una franquicia de locales.
– Al inicio de la charla dijiste que, cuando perdías, te sentías deprimido, esperando la próxima revancha. ¿Sentiste depresión en algún momento de tu carrera?
– No, nunca llegué a estar deprimido. Buscaba maneras de sobrellevarlo; amo el golf, así que siempre que había un club con un driving (complejo de práctica), iba y practicaba… Me iba a los shoppings, siempre intentaba pasarla bien, porque es muy duro. La cabeza carga con mucha responsabilidad, y debes tomar decisiones acorde a la edad que tienes. Entonces, tener que tratar de actuar como un adulto cuando tu mente no lo es, puede ser complicado. Siempre encontraba maneras de distraerme. Me encantan los relojes, así que iba a ver relojes, o me interesaba la tecnología y me pasaba horas viendo cámaras, celulares, computadoras. Siempre estaba buscando alternativas de distracción. Afortunadamente, no me sucedía a menudo, pero cuando lo hacía, era duro, porque llegaba a la final o a la semi y dos días después estaba en otro torneo, y si perdía, pensaba: “Un momento, hace una semana era el mejor del mundo y hoy soy un desastre”. En ocasiones, tenía un entrenador que hacía que te sintieras el peor, utilizaba eso como método para hacerte reaccionar; y otros no te hacían sentir así, pero tú te sentías de esa manera. Es un contraste mental devastador.

– ¿Cómo fue ese último partido?
– Fue tristísimo.
– ¿Era una decisión que ya venías analizando?
– Ya fue en un contexto de despedida. De hecho, fue un desastre. Creo que jugué cuatro semanas y en la primera semana perdí el primer partido, la segunda semana perdí el primer partido, la tercera semana perdí el primer partido, y no fui a la cuarta, simplemente volví. Creo que fue algo así. Y tengo esos recuerdos totalmente borrados, hay muchas cosas que eliminé, normalmente de las malas, porque soy un eternamente agradecido; el deporte es espectacular, lo amo profundamente por todo lo que me hizo vivir, aunque no haya alcanzado el objetivo, que tampoco estaba convencido de ese objetivo. ¿Fracasé? Para nada. Logré más de lo que soñé. Obviamente aspiraba a ganar Roland Garros. ¿Lo intenté? No, la verdad, no lo hice. ¿Podía? Sí, podía. ¿Hiciste todo para…? No, antes de llegar a ese camino y plantearme ese objetivo, decidí bajarme del barco e ir hacia otro lado, buscando estar en mi país y formar una familia. Otras cosas que el tenis complica mucho.
– ¿Tenías un Plan B más allá del tenis?
– No. De hecho, pasé dos años en un duelo profundo sin saber qué iba a hacer, porque en mi mente estaba: “Soy tenista, seré tenista”. Cuando dejé la raqueta de forma oficial, es decir, cuando se terminó mi rutina de entrenamiento y todo eso, me cayó la ficha y dije: “Bueno, ¿y ahora? Comienza una nueva vida, ¿ahora qué hago?” Lo que tenía claro es que quería transmitir lo que aprendí y viví a algunos niños. Nunca me interesó entrenar a chicos mayores, solo quería formar a menores de diez o doce años, que fue la etapa que más disfruté. Luego surgió la academia…

– ¿Quién o qué te ayudó a salir de ese duelo?
– Iba seguido al Vilas Racket, y en el fondo estaba una academia. Había dos mellizos uruguayos de siete años, que me veían jugar y eran refanáticos. Su padre, que es muy importante para mí, me dijo: “¿Por qué no vas a observar a los mellizos y ver cómo juegan?”. Los fui a ver y, tiempo después, ya no estaban allí, y me comentó: “¿Por qué no juegas un día con los mellizos? Los extrañan, hace mucho que no juegan”. Me puse a jugar con ellos. Los adoré; me encariñé tanto que dijimos: “Mañana jugamos de nuevo y pasado también”. Terminé entrenándolos y enseñándoles a jugar. Fueron los números uno y dos de Uruguay. A partir de allí, empezamos a participar en torneos nacionales. Como todos vieron que les iba bien, comenzaron a venir los padres: “¿Dónde entrenan?” Y así se fue formando la academia, que terminó teniendo doce, catorce chicos.
– ¿Volviste a la vida con la academia?
– Sí, volví a la vida. Esos dos años no tuve vida, olvídate. Comencé una nueva etapa. La etapa de Luciano como tenista quedó atrás y arranqué esta nueva fase.
– ¿A qué te refieres con no tener vida?
– No tener un orden, no asumir responsabilidades, comer a cualquier hora, acostarse a cualquier hora. Te diría que era una persona deprimida, atravesando un duelo.
– ¿Cuándo creaste tu empresa de tecnología?
– Casi de forma simultánea, cuando tenía la academia de tenis, ya tenía los locales comerciales y todo comenzó a crecer. Cuando empecé con la academia, empecé con el tema de importar, abrí locales, desarrollé una franquicia y, al mismo tiempo, tenía la escuela. Luego, cuando finalizó la academia, me quedé con los locales, que estaban bastante encaminados, y vendí el fondo de comercio de todos los locales, me orienté hacia la parte corporativa. En ese momento, todo cambió; ya no tenía atención al público, lo cual era un estrés terrible.
– ¿Por qué elegiste el área de electrónica?
– Siempre me gustó. Cuando viajaba a Japón, disfrutaba de visitar los shoppings y mirar los últimos celulares. Siempre me interesó la tecnología, el área gamer; jugaba al Nintendo con mi familia. Siempre me atrajo.
– ¿Cuál fue el motor que te llevó a crear la empresa? ¿Por qué tomaste la decisión?
– Tuvo mucho que ver Sole (Larghi), porque estaba con un fondo de comercio, y tenía mucha demanda en el área corporativa. Cuando vendí, Sole me dijo: “Gordo, ¿por qué no creas otra empresa? Podés relajarte y manejar tu tiempo, sin atender al público”.

– ¿Cuál es tu rol en la empresa? ¿Qué servicios ofrecen?
– Soy el director comercial y el CEO de la empresa. Ofrecemos todo tipo de telecomunicaciones, microinformática, y proveemos materiales para infraestructura de telecomunicaciones. Trabajamos con petroleras, laboratorios, bancos. Les proveemos todo lo que necesiten, desde un mouse o teclado hasta bobinas de cable. Con las petroleras, vendemos muchos insumos antiexplosivos.
– ¿Qué lecciones aprendiste del tenis que has podido aplicar en la empresa?
– Primero, el trato con la gente. La seguridad de haber sido ganador. Cuando voy a hablar con una empresa, voy con la mentalidad de ganármela, de que sea mi cliente. Sé convivir con la derrota, con el hecho de que las cosas no salieron como yo quería. La responsabilidad, el orden de la convivencia. Cuando uno está en un hotel conviviendo con otros chicos, tienes que tener tus cosas organizadas porque convives con alguien. Por eso te digo, soy eternamente agradecido al tenis. Todo lo que soy hoy se lo debo a mi mamá, a mi papá y al tenis.
– En retrospectiva, después de tantos años, ¿cuál es tu balance sobre tu carrera en el circuito? ¿Tienes alguna sensación de arrepentimiento?
– Si me tengo que arrepentir de algo, es de no haber ido más despacio, pero si lo hubiera hecho, tal vez no hubiera logrado lo que conseguí. Está bien, lo que logré fue un poco engañoso, porque al ser junior, es ligeramente una ilusión. La presión del sistema apremia, porque no te prepara para la parte profesional. De hecho, en Europa comenzaron a prohibirlo y no hacían jugar a los chicos y chicas en juniors, los enviaban directamente a jugar profesionales. Tenías chicos de catorce años compitiendo en futuros, eso es una locura. Pero hoy te digo, no es tan descabellado, porque si se hace de manera pausada es mucho más sano que un niño de 14 años participe en cuatrocientas semanas al año.
– ¿Qué ganaste y qué perdiste con el tenis?
– Gané muchísimo. Recorrí el mundo, conocí diversas culturas, competí en los Grand Slam, fui reconocido. Todo lo malo que puedo decir no es culpa del tenis, es más bien del sistema.
– ¿Sigues vinculado al tenis de alguna manera?
– No, de ninguna manera. No tengo ningún tipo de vinculación con el tenis.
– ¿No has agarrado más una raqueta?
– No he vuelto a agarrar una raqueta. No tengo raqueta. Si me dices “vamos a jugar”, no tengo raqueta.
–