DEPORTES

El arquero rebelde: dejó el fútbol, laburó en una escuela para chicos con discapacidad, vivió con okupas y terminó en el puerto

21 de noviembre de 2025
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Una encuesta publicada en 2023 por el diario español La Vanguardia no solo revela, sino que confirma que la profesión más deseada en el mundo continúa siendo la de futbolista. El 36% de los encuestados (todos menores, entre 4 y 16 años) expresó su deseo de convertirse en futbolista. Futbolista y, además, millonario.

Por ello, son muchos los que aspiran a formar parte de ese universo, el del fútbol, ya sea como entrenador, ayudante del entrenador, ayudante del ayudante del entrenador, botinera, botinero, hincha, aguatero, dirigente, árbitro, representante o, incluso, desempeñando un papel más vigilante, clamoroso y acomodaticio que el de un árbitro o dirigente: periodista deportivo.

Llegó al St. Pauli en 1981.Llegó al St. Pauli en 1981.

El caso del arquero alemán Volker Ippig es singular precisamente porque va contra la corriente: en varias ocasiones intentó alejarse de ese mundo. Colgó los botines en dos oportunidades, y por razones que suenan bastante inusuales: la primera, para trabajar como voluntario en una escuela para niños discapacitados; la segunda, para incorporarse a una brigada de trabajo voluntario en Nicaragua. ¿Un tipo más bueno que Lassie con bozal? ¿O un tipo más ingenuo que las palomas?

Es un personaje peculiar, Ippig atajó -como no podía ser de otra manera- en el FC Sankt Pauli, un club alemán de un barrio obrero en Hamburgo, famoso por su militancia social, su identidad antifascista, su defensa de las minorías y su afinidad por el rock.

Llegó al club en 1981 desde Lensahn, una localidad de cinco mil habitantes, y rápidamente se convirtió en el arquero titular, llamando así la atención. Lucía cresta punk, llegaba en bicicleta a los entrenamientos y después de los partidos se perdía en los bares de Reeperbahn, la zona roja de Hamburgo, frecuentada por borrachos y prostitutas (“Puedes beber mucha cerveza, pero después de una derrota todo será siempre una desgracia: la cerveza sabe diferente cuando ganas”).

“Un antihéroe que parecía hecho a medida del club”, se describe en el libro “St. Pauli: Otro fútbol es posible”, que narra la historia de este singular club.

Ippig comentó alguna vez que su vida, su mentalidad, cambió al llegar a este club y conocer a Otto Paulick, quien en ese entonces era el vicepresidente de la institución. Durante sus inicios en el St. Pauli, vivió durante meses en la casa de este vicepresidente, ubicada a pocas cuadras del club, y fue allí donde, según dice, se le abrieron nuevos horizontes: “Otto Paulick era un amante del arte, admiraba a Pablo Picasso y Alfred Kubin. Una noche, en una cena con sus amigos, se burlaron de Dios. Yo nunca había escuchado algo semejante. Fue entonces que comprendí que hay otras cosas en la vida además del fútbol”.

En 1983, con apenas 20 años y tras 31 partidos cumpliendo el sueño de muchos: jugar en Primera División, decide colgar los botines. Lo hace para trabajar como voluntario en una guardería para niños discapacitados situada cerca del estadio Millerntor, hogar del St. Pauli.

“La gente pensó que estaba loco por desperdiciar una oportunidad única en el club, pero yo estaba descontento con el fútbol, cansado de perder mi tiempo pateando un balón. Quería vivir nuevas experiencias”, reveló en la revista alemana 11 Freunde (11 Amigos).

Tras un año de trabajo en la guardería, Ippig decide regresar a entrenar con el equipo. Sin embargo, no permanece mucho tiempo. Si lo de dejar el fútbol para trabajar en una escuela de niños discapacitados había sido visto como algo extraño, lo que vendría sería aún más sorprendente: quiso unirse a una brigada de trabajo voluntario en la Nicaragua sandinista, que recientemente había vivido sus primeras elecciones democráticas tras el derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza. Y lo hace. En 1984, pasa seis meses en Nicaragua, donde colabora en la construcción de un hospital escuela en San Miguelito, junto al Frente de Liberación Sandinista. Al regresar, dice que es otra persona.

“Nicaragua me había cambiado. Vi que allá tenían menos dinero, pero eran más felices y vivían mucho más relajados que nosotros. Yo sentía que ya no encajaba en el mundo del fútbol. Me había acostumbrado a ser libre, a ser independiente. Regresé a vivir con mis padres. Ya no entendía el mundo. Ya no me entendía a mí mismo. Todo eran contradicciones, estaba deprimido. Pero finalmente pensé: ‘Volveré a intentar disfrutar del fútbol, volveré a empezar de cero’”.

Luego de ir a Nicaragua a construir un hospital-escuela, volvió y logró el ascenso con el St. Pauli.Luego de ir a Nicaragua a construir un hospital-escuela, volvió y logró el ascenso con el St. Pauli.

Y entonces vuelve a jugar. Primero en el TSV Lensahn, el club de sus orígenes, y luego, en 1986, retoma su lugar en el arco del St. Pauli: definitivamente se convierte en un ícono del club. Con él, la fama de antifascista del equipo se multiplica. El St. Pauli es un fenómeno: su estadio pasa de tener 1.500 espectadores en 1981 a más de 20.000 a finales de la década de los 90.

Ippig llega a llamar cada vez más la atención: con su corte punk, sale al campo de juego con el puño en alto (mientras suena Hells Bells de AC/DC en el estadio) y vive con los okupas de la Hafenstraße, un movimiento surgido como respuesta a la escasez de vivienda en las grandes ciudades alemanas y contra los planes de especulación inmobiliaria que amenazaban con demoler edificios para construir nuevos desarrollos. Ippig se presenta cada vez más irreverente, cada vez más de izquierda, y en Alemania gana tanto seguidores como detractores: “Por aquella época, no era común ni bien visto que la gente expusiera abiertamente sus opiniones políticas. Con nosotros, en el St. Pauli, empezó a ser posible y deseable”.

Pero no solo era rebeldía. En la temporada 87/88, lidera al club hacia el ascenso a la Bundesliga. Más fama, más repercusión: “Cada vez que los medios me describían como un alborotador, mi abuelo me reprendía. Y, cuando yo intentaba justificarme, él me decía: ‘¡Pero si sale en el periódico!’”.

Después del ascenso, varios clubes lo buscan, pero él rechaza todas las ofertas. “El St. Pauli es muy especial. Algo así no puedes arrancarlo del suelo y trasplantarlo en otro lugar. Es algo vivo, que evoluciona constantemente. Y, a pesar de todos los altibajos, la gente del barrio siente un gran orgullo por el club”.

Ante el Bayern Munich. En la Bundesliga jugó 65 partidos. Tuvo que retirarse por una lesión en la espalda.Ante el Bayern Munich. En la Bundesliga jugó 65 partidos. Tuvo que retirarse por una lesión en la espalda.

En la Bundesliga, disputa 65 partidos hasta que una grave lesión en la espalda lo obliga a retirarse al final de la temporada 90/91. Ahora sí, no tiene opción: debe colgar definitivamente los botines. Tiene apenas 29 años.

Se retira al campo, a una cabaña que había construido, para vivir alejado de todo: “Siempre que llegaba encendía una hoguera, la primera televisión que existió”. Durante un tiempo vive allí como un ermitaño, hasta que viaja por América, entregado a su pasión por la medicina alternativa y los rituales chamanes. “Pasé mucho tiempo meditando, pero me aislé demasiado. Llegué a perder la noción del mundo”.

Los aficionados del St. Pauli hoy: el club está en Primera y sus hinchas militan la causa del LGTB.
Los aficionados del St. Pauli hoy: el club está en Primera y sus hinchas militan la causa del LGTB.

Regresa a Alemania para trabajar como entrenador de arqueros, pero la experiencia no resulta ni en el Vfl Wolfsburgo, donde dura un mes, ni siquiera en su querido St. Pauli: Ippig se niega a trabajar más de tres días a la semana. Dirige al Lensahn, el club de su ciudad natal, logrando un ascenso a una liga de aficionados. Es, por supuesto, un título menor, pero él lo define como “el momento más feliz de mi vida”.

A través de su cuñado, que trabajaba de estibador en el puerto de Hamburgo, se interesa por un puesto y lo aceptan. “Me gusta ir y charlar con mis compañeros. Si no me muevo, no me siento bien. El fútbol siempre ha sido importante para mí, pero hoy lo único que me une a él son las jugadas de mis hijas. Para mí, ese es el fútbol real”.

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