Jorge González falleció el 22 de septiembre de 2010, a los 44 años, en un hospital de José de San Martín, provincia de Chaco, en la más completa soledad. Ni en el velorio ni en el entierro en su pueblo, Formosa, hubo muestras de cariño que no provinieran de su círculo cercano. Una vez fue conocido por todos. Le decían el Gigante González.
En agosto de 1982, Jorge González se despertó, desayunó y fue al bar El Tufo, en El Colorado, una pequeña ciudad en el sur de la provincia de Formosa, ubicada a 150 kilómetros de la capital. Aún no había cumplido 17 años, pero ya medía 2,16 metros y pesaba 160 kilos. En ese lugar, en medio de partidas de billar y de amigos, tuvo el primer encuentro con quienes cambiarían el rumbo de su vida.
Un viajante chaqueño, Oscar Rozanovich, sorprendido por su estatura, le preguntó si jugaba al básquet. Su curiosidad llevó a Rozanovich a conversar con Carlos Lutringer, una leyenda chaqueña, quien viajó a Formosa para conocer a este joven de físico inusitado. Con el apoyo de Lutringer y la aceptación de sus padres, pronto Jorge González se mudó a Resistencia.

Al llegar a Resistencia, González no entrenó desde el comienzo con el equipo principal porque no tenía zapatillas de su talla, utilizaba sandalias hechas a medida. Una vez que consiguió unas zapatillas, comenzó a practicar los fundamentos del juego, ya que no sabía jugar al básquet.
El aprendizaje fue rápido: un año más tarde estaba jugando en Gimnasia y Esgrima La Plata (1983) y en tres años debutaba en la Selección Argentina (Sudamericano 1985). Al quinto año ya destacaba en la Liga Nacional con Sport Club de Cañada de Gómez, y al sexto fue elegido en el draft de la NBA. Sin embargo, su vida cambiaría radicalmente, ya que dos años después debutó como luchador profesional en Estados Unidos y en el noveno año participó en producciones televisivas, entre las que se encontraba la famosa “Baywatch”, junto a David Hasselhoff y Pamela Anderson.
Durante ese periodo enfrentó serias dificultades como problemas de alimentación y peso, superando los 200 kilos, intensos dolores físicos derivados de su altura (su estatura variaba entre los 2,24 y 2,32 metros, según diferentes fuentes), inestabilidad emocional y gravísimos problemas de salud como diabetes y acromegalia. Estas complicaciones llevaron a su muerte, hace 15 años, tras largas temporadas de bancarrota y sufrimiento.

Alejandro Pirota, una figura del básquet chaqueño, recordó cómo fue la llegada del Gigante a Hindú: “Apenas llegó, lo adoptamos. Era un chico muy sano, amable, obediente. Aunque extrañó un poco a su familia y su pueblo, se fue adaptando y dejó un gran recuerdo. No sabía nada de básquet, pero poco a poco le fuimos enseñando. Al principio no tenía zapatillas, así que le conseguimos unas en Buenos Aires. Yo jugué con él, era imparable cuando le lanzábamos la pelota cerca del aro; casi tocaba el aro con sus brazos extendidos…”. Aclaró que González ya enfrentaba problemas con la comida y que sentía dolor en las rodillas debido a su estatura. “Tenía una camioneta F100 y tuve que modificar la puerta para que pudiera sacar su pie y entrar, porque no cabía… También le hicimos una cama especial porque no podía usar las comunes”, explicó.
El legendario León Najnudel, creador de la Liga Nacional, supo de la existencia del Gigante antes de irse a España. Quiso que lo contrataran en “el Lobo platense”. Allí, González jugó un año con las juveniles y luego fue clave en el ascenso a la segunda división nacional en 1984.

Ángel Cerisola, base de ese equipo, recordó que González progresaba a diario: “Pasaba bien la pelota, entendía los sistemas y tenía buena mecánica de tiro. Su lucha principal era con su cuerpo, con las rodillas, con el peso…”. También contó anécdotas de comidas nocturnas secretas, como cuando se despertaba de madrugada para pedir hamburguesas aún a dieta, o al desayunar grandes porciones sin problema.
“Era gracioso verlo, por ejemplo, esperando a que todos subiéramos al colectivo, apoyando su brazo en un toldo de un negocio”, recordó. Describió cómo el joven González vivió situaciones curiosas y alegres por su tamaño, y cómo la mirada ajena impactó en su carácter.
En 1986, con Najnudel de regreso en el país y dirigiendo Sport Club, González fue contratado. Su llegada implicó adaptar una cama reforzada y una plataforma en el cine local, ya que sentado medía 1,17 metros. Fue reclutado junto a una generación de jóvenes promesas del básquet argentino de la época, donde también surgieron Marcelo Nicola y Hugo Sconochini.
En Cañada, era habitual verlo comer empanadas en mostradores de pizzería, consumir kilos de fruta diarios o terminar dos docenas de medialunas en una tarde. El club incluso lo pesaba en una balanza de camiones. Firmó un contrato en 1989 que incluía incentivos por mantener un cierto peso y un automóvil como recompensa si lograba bajar de 170 kilos —objetivo que nunca alcanzó—. En una ocasión llegó a pesar 165 kilos gracias a una dieta con Alberto Cormillot.

Pronto, González se sometió a una operación de meniscos y quedó fuera por nueve meses. El menisco extraído fue enviado a la Universidad de Buenos Aires para ser analizado, dado su tamaño inusual.
En su primera temporada completa en Sport, González promedió 22,3 puntos y 10,9 rebotes por partido, con un 68% de aciertos en tiros de dos. Fue figura del equipo y asistió al All Star de la Liga Nacional. En la siguiente temporada promedió 18 puntos y 10 rebotes, con un 72% de efectividad en dobles y evitó el descenso en una serie memorable contra Boca.
A nivel selección nacional, Flor Meléndez lo convocó para la Copa Navidad de 1987 en Madrid. Durante una gira internacional, el cazatalentos de los Hawks, Richard Kaner, recomendó a González a la franquicia de la NBA, quien lo siguió en el Preolímpico de 1988 en Montevideo, donde se destacó con 27 puntos ante Puerto Rico. Atlanta Hawks decidió seleccionarlo en el puesto 54 del draft y le ofrecieron un contrato mínimo garantizado para novatos, condicionado a que bajara de peso hasta llegar a 140 kilos, una meta complicada considerando que siempre pesaba mucho más.
Sin embargo, los exámenes médicos de los Hawks revelaron debilidad muscular y altos índices de grasa corporal. El club determinó que el jugador debía reducir peso drásticamente y alcanzar una movilidad adecuada para la NBA. González no cumplió con los requerimientos físicos, y los Hawks rescindieron su vínculo.
Una vez fuera del básquet profesional estadounidense, González volvió temporalmente a la Liga Nacional y participó en un partido a beneficio junto a Carlos Menem y figuras deportivas nacionales. La notable diferencia de altura con el presidente de ese entonces fue noticia.

Luego de salir de la NBA, surgió la posibilidad de incursionar en la lucha libre en Estados Unidos. Su primer contrato con la World Championship Wrestling (WCW) incluía cifras elevadas para la época: 90.000 dólares en el primer año, 150.000 en el segundo y 350.000 en el tercero.
Después de seis meses de entrenamiento, debutó el 19 de mayo de 1990 en Washington DC como El Gigante, formando parte de los “luchadores buenos”. El traje incluía una malla especial decorada con un dibujo de cuerpo musculoso. La exposición mediática fue instantánea, y además de los combates en Estados Unidos, realizó presentaciones en Japón y otros países. El personaje se volvió tan popular que apareció en videojuegos, muñecos de acción e intervino en capítulos de series como “Baywatch”, “Hércules” y “Thunder in Paradise”.
Durante su segundo año en la WCW, enfrentó problemas de salud y cambios en su personaje, pasando de ser “bueno” a “malo”, lo que implicaba recibir más castigos en escena, algo que González no disfrutaba. Problemas de salud volvieron a surgir, y tras la muerte de su madre, pidió regresar a Argentina. Se le concedió la licencia, pero al volver, tuvo dificultades para cumplir con las obligaciones contractuales. Según su círculo cercano, la comodidad económica y el deterioro de su salud contribuyeron a que su contrato no se renovara.

En 1996, González intentó regresar al básquet y buscó unirse al equipo Andino de La Rioja. Se requirió una serie de estudios clínicos y el diagnóstico fue devastador: necesitaba operarse urgentemente de la glándula hipofisaria para tener una oportunidad de prolongar su vida. Los años siguientes estuvieron marcados por un declive físico: pronto no pudo caminar, utilizó silla de ruedas y vivió postrado. Sufría de diabetes y se sometía a diálisis.
El final de la vida de González se vio caracterizado por pedidos de ayuda, campañas solidarias promovidas por la Confederación Argentina de Básquet y gestiones del gobierno de Formosa, pero su salud seguía empeorando. En alguna ocasión manifestó: “El promedio de vida de quienes sufren mi enfermedad es de 45 años y el que más vivió llegó a los 50. ¿Qué puedo esperar entonces de mi futuro? Nada”.
Falleció casi en el olvido hace 15 años. “Es así, cuando sos exitoso y tenés dinero, estás rodeado de amigos. Hasta te ven lindo. Pero cuando eso se termina, quedás solo, nadie se acuerda de vos”, expresó.