El día de gloria había llegado. Ese momento tan anhelado por sus seguidores y, sobre todo, por ella misma. El match point. Por primera vez, un título de Grand Slam se encontraba a un solo punto de distancia de Gabriela Sabatini. Las imágenes en vivo que transmitía ATC revelaban un día soleado en una Nueva York tan luminosa como Gaby. Determinada a conquistar el título, se encontraba frente a su eterna rival, Steffi Graf, lo que añadía un toque épico a la batalla.
Sabatini había logrado un claro triunfo en el primer set, 6-2, y se encontraban en el momento crucial del tie break. Ese match point con el que tanto había soñado. Con su saque, ejecutó un servicio lento, casi como en pausa, que Graf logró anticipar para lanzar uno de sus característicos drives letales. Sin embargo, el tiro de la alemana golpeó la parte superior de la red, se elevó y cayó dentro del cuadrado de saque, brindándole a Gaby numerosas opciones para cerrar el juego. Tenía un segundo para decidir. Optó por un tiro de derecha paralelo, mientras la alemana se encontraba en la red. El envío fue muy cerca de la línea. Todos dudamos un instante, pero al verla saltar y festejar, nos unimos a su alegría. El viejo anhelo se había convertido en una realidad. Hubo lágrimas. De alegría contenida, por las tantas frustraciones acumuladas. Pero todo quedaba en el pasado. Aquella jornada del 8 de septiembre de 1990 se grabó para siempre como una fecha emblemática en nuestro deporte, gracias a ella.

“Ese punto fue la gloria, nunca sentí algo así dentro de una cancha. Fue como si toda la historia de mi carrera se resumiese en ese momento”. Las palabras de Gabriela, en su diálogo con Infobae, reflejan lo que aquella conquista significó para ella, marcando su llegada definitiva a la elite del tenis mundial, tras cinco años de recorrido en el circuito internacional, desde su asombrosa aparición en 1985, cuando a los 15 años logró posicionarse entre las diez mejores del mundo.
Hasta entonces, la temporada de 1990 no había sido de las más destacadas para ella. Solo contaba con un título, obtenido en Boca Ratón ante la entonces adolescente Jennifer Capriati, y su desempeño en los tres Grand Slams había sido irregular: en Australia, alcanzó la tercera ronda (abandonó por lesión ante la alemana Porwik), en Roland Garros llegó a octavos de final (fue derrotada por la checa Jana Novotna), y en Wimbledon llegó a semifinales, donde cayó ante Martina Navratilova. En el circuito norteamericano previo al US Open, su desempeño tampoco fue notable, alcanzando semifinales en Montreal y la tercera ronda en Manhattan.
Así nos recordó Gaby cómo se sentía antes del último Grand Slam de 1990: “Llegaba jugando un muy buen tenis, pero no obteniendo los resultados esperados en los torneos previos, lo que me frustraba mucho. Pero desde el día en que llegué a Nueva York, no podía dormir pensando en el momento en el que levantaba la copa, algo que jamás me había pasado. En esa ciudad, siempre supe que tenía posibilidades de ganar, por todo lo que me generaba jugar allí, con ese público y en un lugar tan especial para mí”.

Los dos primeros partidos los superó con gran facilidad, con el mismo score (6-1, 6-1), ante la local Kathy Jordan y la francesa Isabelle Demongeot. En la siguiente ronda, tampoco tuvo inconvenientes para despachar a la belga Sabine Appelmans por 6-2 6-4, y su rendimiento en octavos fue notable, al vencer 6-2 6-1 a la sólida checa Helena Sukova.
Eduardo Puppo, uno de los periodistas de tenis más prestigiosos de nuestro país, estuvo presente en aquel inolvidable torneo y así relató los primeros pasos de Sabatini en el certamen: “Ella no llegaba en su mejor momento, pero era sin duda una de las cinco favoritas. A medida que avanzaban las rondas, su juego fue elevándose, aunque con altibajos, ya que no se la veía con la misma seguridad. A pesar de ganar con soltura los primeros cuatro partidos, especialmente contra Sukova, a partir de los cuartos de final, las rivales le presentaron más desafíos, pero Gaby también se consolidó en ataque. Parecía como un cambio mágico: de un letargo desde el fondo, pasó a tomar la ofensiva en cuanto se le presentaba la oportunidad. Y como su volea y smash siempre fueron efectivos, se sintió muy cómoda.”
Eran otros tiempos en términos de comunicación e información. Los partidos no se veían por televisión y seguíamos los resultados por radio, intentando captar el momento en que alguno de los enviados especiales salía al aire. O directamente a la mañana siguiente, a través del diario, lo que hoy en día, 35 años después, parece insólito. Así nos enteramos de que había logrado superar un duro obstáculo en cuartos de final, al vencer a la georgiana Leila Meskhi por un ajustado 7-5 6-4.

Llegó la hora de la semifinal, el viernes 7 de septiembre, en la tarde argentina. Frente a Gaby se encontraría una jugadora que siempre la había complicado, desde sus inicios en el circuito juvenil: Mary Joe Fernández. Como en cada enfrentamiento con ella, se trató de un encuentro reñido y cargado de nervios. La difícil victoria fue para Sabatini, 7-5 5-7 6-3, y así lo evocó: “Ganar ese partido fue sumamente importante, porque significó un quiebre en mi juego, gracias a todo lo trabajado con mi entrenador, Carlos Kirmayr. Fundamentalmente, en el ataque y en las subidas a la red. Pude ejecutarlo de manera muy efectiva, lo que me ayudó a ganar y a ganar confianza para la final”.
En aquellos tiempos, la final femenina se disputaba al día siguiente de las semifinales, en medio de los partidos masculinos, lo que se denominaba “El súper sábado”. Esto podría haber sido una complicación para Gabriela, que había estado varias horas en cancha frente a Mary Joe. Al abrir los diarios esa mañana del sábado 8, tuvimos la confirmación de que podríamos ver el partido en directo por ATC.
Enfrente se encontraba nada menos que Steffi Graf. Con su postura dominante, típica de sus orígenes alemanes, era difícil percibir sus emociones. La rival histórica de Sabatini se enfrentaba a ella en un momento crucial. Gaby tenía plena confianza: “Como en cada partido contra Steffi, había mucha tensión, pero sentía que esta era mi oportunidad. Sabía que podía ser un encuentro largo y, debido a la extensión del match ante Mary Joe, no sabía cómo iba a responder físicamente. Solo pensaba en cómo jugar cada punto y seguir así hasta el final, cuando logré quedarme con el título”.
Todos los fantasmas se habían disipado. Parecía una maldición que Gabriela, con todo su talento, nunca hubiese logrado ganar un título de Grand Slam. Pero ahora era una realidad, saltando en el medio de la cancha, con los brazos al cielo. Así relató Eduardo Puppo el histórico partido: “Fue una final extraña, dividida en dos partes bien marcadas, como lo refleja el score. Al principio, el dominio sobre Graf fue evidente, pero la alemana se asentó mejor en el segundo set y logró igualar hasta llegar al tie break. Ya no había vuelta atrás, Gaby sabía que su oportunidad estaba allí, y sacó una rápida ventaja en el desempate, ganándolo con tranquilidad. El salto, el saludo con su hermano, la atmósfera en el Louis Armstrong, fue todo un sueño”.

El sol que iluminaba Nueva York también brillaba en la tarde argentina, como un anticipo de la cercana primavera. El momento de la premiación había llegado y allí, la alegría fue total cuando Gaby levantó y besó con felicidad el trofeo por el cual había luchado tanto. Atrás quedaban los desvelos y las frustraciones. También las críticas, muchas de ellas implacables, que surgieron desde su país, cuestionándola por no haber podido ganar un Grand Slam, como si fuera una tarea sencilla, sin considerar que fue parte de una era dorada y muy competitiva en la cima del tenis femenino.
Ya mencionamos cómo los aficionados al deporte seguíamos los resultados hace 35 años. Interesante también es conocer el otro lado. ¿Cómo eran las coberturas periodísticas? La respuesta la tiene Eduardo Puppo: “Dependía mucho del medio para el que trabajabas. En ese momento, yo trabajaba en radio y en la revista Tennis Tour. Me las ingenió para escribir, hacer micros para FM Horizonte y también tomar fotografías. Eran años en los que nos acreditaban como periodistas y fotógrafos sin problemas. Para salir al aire, sin la existencia de celulares ni internet, se complicaba un poco, especialmente en Flushing Meadows, porque en la Sala de Prensa “A”, que estaba arriba de todo en el estadio, solo había dos teléfonos públicos. Otros dos en la Sala “B”, en el segundo nivel. Había que hacer cola para llamar: pedir “collet call to Buenos Aires”, esperar que el operador conectara, aguardar a que culminaran uno o dos temas musicales y salir al aire. Si yo estaba en cobertura, llevaba conmigo los rollos fotográficos, que se revelaban en la editorial, y trataba de escribir (en máquinas manuales) la mayor cantidad de notas para la revista. Luego llegaba y procesaban todo. Con internet, mejoramos mucho eso. Los periodistas de diarios o agencias enviaban sus notas por fax (que ya existía entonces), pero antes solían dictarlas por teléfono, y alguien las tipeaba en la redacción, o se emitía por teletipo, lo cual nunca hice, y al parecer era más lento. También se enviaban radiofotos, que llegaban con baja resolución, se imprimían en la redacción y así se publicaban. Internet fue la solución a todo y la inmediatez dejó atrás esa artesanía del periodista.”

Los colegas de aquellos tiempos eran verdaderos artesanos. Al igual que Gaby, quien más que tenista, fue una artista en la cancha. Con su talento, dibujó tiros extraordinarios, esculpió momentos inolvidables y nos regaló miles de sonrisas. “Ganar un Grand Slam es lo más importante que le puede pasar a un tenista. Haberlo vivido y que haya quedado en mi historia es algo único. Fue lo mejor que me pasó en mi carrera”.
En esas palabras, Gabriela sintetiza lo que ese logro significó para ella. Acceder a la cima. Esa misma cima donde para nosotros, ya estaba instalada desde hacía tiempo. Y donde permanecerá por siempre.