“Habrá que ver si podemos sobreponernos a esta adversidad, y quiénes estarán ahí para sostenerla…”. En seis minutos de una ponencia catártica, Marcelo Gallardo dejó entrever el deseo de lo que anhela, ya sin la certeza de que lo logrará.
River, su River, moldeado y cimentado por el propio Muñeco, volvió a perder la ocasión de dar ese paso decisivo hacia adelante. De asemejarse al equipo de bronce que se aleja cada vez más en el calendario. Aunque aún tiene oportunidades de consagrarse, el contexto no es alentador. Es “un momento de mierda”, según la categórica expresión de un entrenador que ha marcado la línea tanto hacia afuera como hacia adentro.
Gallardo deberá navegar una crisis que desafía su trayectoria. Su fortaleza, construida a partir de 2015, Madrid y las hazañas ante Boca, es lo que le permite mantenerse en una situación que resultaría extremadamente complicada para cualquier otro entrenador. A partir de esa misma experiencia, deberá exhibir su temple para maniobrar.
Para gestionar, deberá interpretar los momentos de cada uno de sus jugadores y el suyo, ya que lidiar con un entorno atípico también lo pone a prueba como líder. ¿Qué quiso expresar al decir que “al final de la temporada haremos un análisis de cómo seguimos”, o al reiterar que “se tomarán las decisiones que se deban tomar”? Con el contrato firmado hasta el último día de 2025 y a días de que se celebren elecciones en el club, los puntos suspensivos que dejó generaron, al menos, inquietud.
Sin embargo, el último día de diciembre, a estas alturas, para River equivale a hablar de un futuro lejano. Gallardo lo entiende: antes de esas instancias definitorias a las que aludió sin profundizar, deberá gestionar un equipo despojado, demasiado herido. El deté invocó en su discurso aquello que él mismo sabe que no se encuentra presente: el fútbol, esa esencia que lo ha definido históricamente. Y que sigue ausente a pesar de una reconstrucción que, dada la disparidad de jerarquía con sus adversarios, no parece ser una justificación para explicar los desacoples.
Porque River ha padecido a lo largo del año, sin reflejar la identidad de su autor. No lo logró durante el primer semestre con un plantel numeroso, cuando perdió su primera final tras el regreso (Talleres en la Supercopa Internacional), o ante Platense, en un mano a mano que se decidió por penales a favor del campeón, o en el Mundial de Clubes, donde no logró hacerle daño a Monterrey y quedó eliminado en la primera ronda.
Ni tampoco adoptó el libreto con un proceso de reconstrucción y “reoxigenación” en marcha, que implicó inversiones fuertes: cayó ante Palmeiras e Independiente Rivadavia y sufrió para clasificar por penales contra Libertad (en los octavos de la CL) y contra Unión en la Copa Argentina. Rivales que, al menos en los papeles, estaban en otra categoría. Como el propio Independiente Rivadavia.
Sin poder conectarse desde hace tiempo con el ideal de su manual, Gallardo escucha a la tribuna y concede la razón. Por eso, volvió la mirada al reconocer que la gente “tiene razón en manifestar su descontento”. Es consciente de que como líder no está obteniendo las respuestas de esos mismos futbolistas que scouteó, seleccionó y que aún no funcionan.
Ese Muñeco que parecía haber encontrado la clave para este River en construcción con la victoria en Rosario frente a Racing. Un pragmatismo que quedó en mera intención. Archivado. Casi un oasis en medio de un desierto cada vez más preocupante de ideas.
Recursos de imaginación y templanza que serán necesarios en pleno “momento de mierda” que, como dijo el deté, “no son para cualquiera”. A River le quedan escalones para matemáticamente ilusionarse con una estrella (necesitará fútbol para completar la ecuación). Entre ellos, el superclásico ante Boca, que el propio Gallardo estableció como “objetivo” tras la caída ante Sarmiento. Así, asegurarse al menos el boleto a la Libertadores del próximo año: interrumpir la serie de clasificaciones consecutivas desde 2015 sería otro golpe debajo del cinturón.
Marcelo Gallardo –
La reacción de Gallardo tras el penal de Villa
Para ello, deberá rehabilitar a futbolistas que deberían aportar el ingenio -y por los que insistió. Un Kevin Castaño de criterio indescifrable. Un Juan Fernando Quintero que se distancia de aquella imagen onírica de su primera etapa. Un Maxi Salas que pasó de ser el intérprete ideal del manual a ser sustituido en el entretiempo de un partido intenso, atrapado por el vaivén colectivo. Un Sebastián Driussi en el punto más bajo de su intermitente aporte ofensivo…
Este escenario es el que ahora obliga a Gallardo a ser más faro que ídolo. Guiar hacia la orilla a un equipo que flota en tendencia al hundimiento. Para que haya en qué creer.
La conferencia de Gallardo
Marcelo Gallardo –
Gallardo: “Tengo que tener las emociones controladas porque sino te hacen mierda”
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“Todos podemos tener un mal año deportivo, pero con otras formas”, aseguró
🎥 Hector Salerno







