El Maracaná es un coloso. Por su historia, por su relevancia actual, por su nombre, y por un sinfín de razones, los equipos salen a disputar partidos en este estadio legendario y siempre parecen estar en desventaja. El entorno pesa, genera un respeto que a veces impide la fluidez en el juego.
Racing se presentó en el encuentro sin complejos. El mérito es en gran parte de Costas, quien supo valorar correctamente a esta versión de Flamengo, que intimida más por sus nombres que por el poder ofensivo que demuestra. Pero también hay que reconocer a un equipo que táctica, emocional y futbolísticamente estuvo a la altura de las circunstancias.
No fue avasallado en ningún momento por los brasileños y, aunque Cambeses se vistió de héroe, Flamengo no fue el temible rival de antaño.
Ahora bien, a pesar de los aspectos positivos, no se puede pasar por alto el impacto psicológico de perder en el minuto 88. Un golpe que, inevitablemente, afectará el ánimo del equipo, ya que tras haber trabajado tanto durante el partido, se les escapó un empate que parecía alcanzable. Y más aún, si se considera que Flamengo nunca ha perdido en esta Copa por dos goles de diferencia.
Si alguien tenía dudas, Racing se coloca sin vergüenza en la mesa de los mejores de América. De hecho, llegó a esta instancia con una mejor ubicación, lo que le permite definir en Avellaneda. Ahora, el desafío será considerable. No solo porque necesita ganar, sino también porque tiene la presión de ser más banca que punto.
Deberá vencer a dos adversarios: la presión del Cilindro y un Flamengo liberado de tensiones, que puede resolver la semifinal en una contra.
Costas y su equipo necesitan asimilar rápidamente el golpe del final del partido. Deben salir de esa zona de frustración y comenzar a jugar los segundos 90 minutos con la misma concentración y actitud que en Río. Lo positivo es que, a pesar de lo bueno y lo malo, siguen muy vivos en la competición.