La vida de Björn Borg está llena de momentos que merecen un análisis, y eso es precisamente lo que el extenista sueco propone en Latidos: memorias de Björn Borg. En este libro, el exnúmero uno del mundo intenta capturar los episodios más significativos y decisivos de su carrera, tanto dentro como fuera del tenis profesional. Aunque su trayectoria presenta múltiples sucesos que podrían considerarse cruciales, hay uno que destaca por su sinceridad y su reflejo de una época: el periodo en que los pagos por exhibiciones de tenis se realizaban en efectivo.
Borg narra aspectos poco conocidos sobre cómo los jugadores de élite de los años setenta y ochenta lograron acumular grandes sumas fuera del circuito oficial. Así, revela el sistema mediante el cual los grandes tenistas organizaban torneos y partidos de exhibición en diversas locaciones, al igual que sucede hoy en día con figuras de renombre como Carlos Alcaraz o Jannik Sinner. Los pagos no solo eran generosos, sino que además se realizaban en efectivo y sin ninguna regulación oficial, lo que brindaba ventajas económicas para los involucrados, pero también importantes riesgos.
“El espíritu competitivo había desaparecido por completo”. Con esta afirmación, Borg describe partidos donde no se buscaba la gloria deportiva ni el reconocimiento profesional, solo la recompensa económica. “Eran amistosos sin mayor importancia y con paga garantizada: te daban dinero por presentarte sin importar el resultado”, recuerda sobre esos encuentros. Un aspecto esencial de estos eventos era el acuerdo previo entre los participantes: “Acordaban de antemano quién perdería”. De este modo, las estrellas podían concentrarse en maximizar sus ingresos sin la presión de ganar.

En sus recuerdos, compara los pagos de esas exhibiciones con los premios oficiales de los grandes torneos. El sueco menciona que en Wimbledon 1976, tras consagrarse campeón, recibió 12.500 libras, una cifra modesta en comparación con los 2,7 millones que el torneo le otorga actualmente al ganador. Esta diferencia explica por qué él y otros profesionales decidieron embarcarse en una constante gira de partidos privados, junto a leyendas como John McEnroe, para aprovechar económicamente su popularidad global.
El traslado y resguardo del dinero recibido generaba constantes situaciones de riesgo. Borg indica que los tenistas preferían el pago en efectivo, pero que transportar grandes sumas en sus bolsos aumentaba la tensión. “La verdad es que lo preferíamos. El problema era el transporte, viajar con una bolsa de tenis llena de fajos de billetes era algo inquietante”, relata el exdeportista. Estos pagos en efectivo dieron lugar a todo tipo de experiencias. Entre las más impactantes, destaca el episodio en el que Borg fue asaltado a mano armada en su propio hotel durante una visita a Rusia. También recuerda la incomodidad y el riesgo de pasar por aduanas con sumas que superaban el límite legal. “No sé cuántas bolsas de efectivo he perdido, solo me quedaba resignarme, era parte de las reglas del ‘juego’”, admite en su libro.
A lo largo de su trayectoria en exhibiciones, Borg también enfrentó engaños y fraudes. Relata que en Roma nunca recibió los 100.000 dólares que le prometieron por asistir a un evento, y que en un torneo sudamericano le entregaron una valija llena de billetes falsos, pérdidas prácticamente irrecuperables. “No hubo nada que hacer, por razones obvias no firmábamos contratos”, señala sobre la vulnerabilidad que implicaba operar en la informalidad.
No faltan anécdotas curiosas sobre la gestión del dinero. El sueco recuerda el uso de escondites poco convencionales, como billetes ocultos en las cajas de compresas de mi madre, y también situaciones insólitas, como una bolsa con 100.000 coronas suizas que su abuela perdió en la calle. Para Borg, el tenis adquiría un carácter de aventura, donde cada viaje internacional era una operación financiera además de deportiva. “Un saco como el de Papá Noel…”, relata sobre las ocasiones en que el efectivo se acumulaba en escondites inesperados.
La relación de Borg con el dinero va más allá de los pagos por exhibiciones. En sus memorias también aborda su decisión de mudarse a Mónaco para evitar la elevada carga fiscal sueca. En sus propias palabras: “Me dijeron que era un completo disparate seguir viviendo allí, que el 90% de mis ingresos se iría en impuestos. Me advirtieron que durante mi carrera habría un buen flujo de dinero, pero que, después, se cortaría abruptamente y no quedaría nada”. Borg fue uno de los pioneros en elegir Montecarlo como residencia, adelantándose a la tendencia entre deportistas millonarios. Según cuenta, “pronto se volvería algo habitual entre atletas de todo el mundo, pero ningún otro sueco recibió tantas críticas como yo”.





