Existen carreras que se extienden más de lo necesario. Otras culminan en el momento exacto. Y hay algunas, silenciosas, que nunca logran encontrar su final: se desvanecen por fuerzas externas, ajenas al deseo. Gabriel Markus nació el 31 de marzo de 1970 en Buenos Aires, en una época donde el tenis empezaba a ganar popularidad en el país. A los 18 años, 5 meses y 19 días, debutó oficialmente en el circuito. Casi ocho temporadas después, puso fin a su carrera como jugador profesional, tras enfrentar un verdadero calvario con las lesiones.
Aunque Markus alcanzó el puesto 36° del ranking ATP, formó parte de la Selección Argentina de Copa Davis y ganó un título -en Niza 1992-, su nombre quedó inmortalizado por una hazaña: derrotar a la leyenda estadounidense Pete Sampras en las semifinales de ese torneo, siendo el único argentino en lograrlo. Antes, también había vencido a su ídolo de toda la vida: el checo Iván Lendl.
Durante la edición de 1994 de Roland Garros, torneo que marcaba su retorno tras una serie de problemas de salud, Markus sufrió la ruptura de los ligamentos de su rodilla. Desde entonces, su carrera comenzó a desvanecerse lentamente hasta extinguirse por completo en noviembre de 1996, cuando decidió retirarse a los 26 años.
“Creo que ningún deportista, ningún tenista, ha vivido lo que viví yo con mi cuerpo. Fueron prácticamente cinco o seis años de rehabilitación constante. Tuve ocho operaciones en la rodilla izquierda y una en la derecha. Recorrí el mundo buscando soluciones”, confesó a Infobae.
Y agrega: “Hice todo lo que humanamente podía hacer, tanto con medicina tradicional como alternativa. Fueron seis años de trabajar 10 o 15 horas diarias, de gastar todo lo que tenía para recuperar mi rodilla, cosa que no logré, lamentablemente. Y, a pesar de todo eso, creo que, aunque mi carrera haya sido corta, fue intensa y valiosa.”
Tras su retiro, Markus no se alejó del tenis. Aceptó un nuevo desafío: el de formar y acompañar a otros. En su rol como entrenador, trabajó con varias figuras destacadas del tenis argentino: Guillermo Coria, David Nalbandian, Agustín Calleri, Franco Squillari, Juan Ignacio Chela y José Acasuso. Su experiencia también cruzó fronteras, entrenando a jugadores del calibre del ruso Marat Safin, ex número uno del mundo, y el francés Richard Gasquet.

Gabriel tuvo tres hijas -Katja, Carla y Camila- que hoy compiten a nivel profesional, aunque -según cuenta- al principio ninguna quería dedicarse al tenis. “La realidad es que siempre practicaron otros deportes. Mi única aspiración era que supieran jugar lo suficiente para compartir algo con ellas. Esa fue mi ilusión desde que nacieron: poder jugar algún fin de semana, hacer algo divertido juntos”, rememora.
“Cuando eran chicas hacían equitación —incluso compitieron a nivel internacional—, gimnasia artística y gimnasia deportiva en el Cenard. El tenis lo practicaban una vez por semana, en una escuelita. Con el tiempo comenzaron a interesarse más, y me acompañaban a los torneos mientras yo viajaba con otros jugadores. De alguna manera, nacieron dentro de los vestuarios de los grandes torneos: veían raquetas, pelotas y jugadores. Poco a poco decidieron jugar más días, hasta que llegó un punto en que era imposible hacer todo además de estudiar. En algún momento hubo que tomar una decisión”, detalla.
Durante varios años, Markus no las entrenó: viajaba constantemente con jugadores profesionales y apenas las veía. Sin embargo, tras la pandemia sintió la necesidad de pasar más tiempo con ellas. “No transmitirles lo que aprendí habría sido una pena”, confiesa.
Para Gabriel, combinar sus roles de padre y entrenador es un desafío: “A mí me gusta, y creo que a ellas también les agrada. A veces no es fácil determinar el límite entre padre y entrenador, pero trato de cumplir ambos roles lo mejor que puedo. Como entrenador, dar lo mejor de mí y esperar que acepten mis sugerencias -lo cual no siempre es fácil-; y como padre, estar presente todo el tiempo, en todo lo que necesiten y en todas las actividades que realicen.”

En ese camino, mantener la dinámica familiar se convierte en una misión adicional. “Sé que no puedo hacer siempre lo mejor para ellas. Siempre hay alguna que queda sola o que no asiste a un torneo importante, por la falta de alguien que las acompañe. No es fácil con tres hijas compitiendo al mismo tiempo”, afirma.
Y agrega: “Trato de ser bastante justo con todas: cuando podemos estar juntos, estamos, y si no, en algunas semanas voy con una y en otras con otra. A veces mi esposa me ayuda y las acompaña; si no, en ocasiones viajan solas, como le pasó a Carla en Colombia.”
Katja, la mayor, de 20 años, fue la primera en abrirse camino a nivel profesional y sumar sus primeros puntos, aunque hace tres meses eligió iniciar una nueva etapa en el tenis universitario: hoy juega para Nova Southeastern University (NSU), en Fort Lauderdale.
Carla, de 19 años y actual número 605 del ranking mundial, se encuentra plenamente dedicada al circuito: este año llegó a una final, dos semifinales y superó las clasificaciones de los WTA 125 de Cali y Tucumán.
Camila, la menor, de 16, terminó 2024 como la mejor junior de Sudamérica y comienza a destacarse en la categoría. “Nunca imaginé que iban a competir internacionalmente. Uno nunca puede predecir lo que pasará, así que no quería perder la oportunidad de estar cerca de ellas y disfrutar de sus actividades”, concluye Markus.





